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Cajita de pino

La Razón
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Se estrena hoy en España una película que hay que ver, aunque sólo sea para pasar una fatiga horrorosa. «Enterrado» la echan a partir de hoy pero yo tendré que dejar pasar unos días antes de ir, justo hasta que se me pase la angustia que sufro desde que cayó en mis manos el tráiler, lo que me provocó un sprint a la calle en busca de aire, y calores de señora a la que se le retira el cuerpo. Rodrigo Cortés me va a hacer la vida imposible, pero todo sea por ver casi a tientas a Ryan Reynolds, un actor que hasta ahora ha hecho toda la bazofia que pueda uno imaginar pero que ha enseñado el torso divinamente. Por ahí empiezo yo a perdonarle los momentos tan bochornosos que nos ha provocado su gusto a la hora de elegir proyectos en los que embarcarse. El muchacho es muy agradable de ver y quiero yo focalizar mi energía justo en ese punto, que dirían los que van a hot yoga.
En mi familia, además de sordos, gordos y con morrillo en la espalda, somos claustrofóbicos. Bien es verdad que padecimos una experiencia muy traumática y general: mi madre, sus dos hermanas, mis dos tíos, mis dos primas y el perro, en un ascensor de cuatro personas. Quedaron todos tocados aunque cuando se montaron, como se pueden Vds. imaginar, ya no iban bien de las cabezas, excepto el can, por supuesto, que puso cara de desear haber sido una pantera. Lo mejor de todo eso es que yo misma podría decir que fui enterrada en vida. No exagero. Hace unos años vino a Madrid una compañía que después visitó algunas ciudades españolas y que venía de triunfar en el Festival de Teatro Iberoamericano de Cádiz con «El hilo de Ariadna». La experiencia consistía en entrar en un laberinto casi a oscuras, sin acompañantes, donde los actores te conducían por el tacto a algunas experiencias que suponías que formaban parte de tu vida. Bien es verdad que aunque algunos de esos momentos no sólo eran alucinantes sino muy placenteros, la muerte y el descanso eternos estaban incluidos en el precio. De pronto me sorprendí metida en un ataúd, oyendo cómo caía la tierra por encima. Les omito los detalles de mi salida porque fue indigna y me eché a la calle y me pedí un «yintoni». De la misma, mi amigo Jesús García Ercilla tuvo que ser sacado por la compañía casi a la fuerza. «Yo estaba a gustísimo ahí, muertecito». Como diría aquél, hay gente pa tó.