Damasco

Fascismo panarabista

La Razón
La RazónLa Razón

Ahora sí. Por la duración y la crueldad de la represión, ya se puede colegir que las atrocidades que Bashar al Asad está perpetrando contra su pueblo son equiparables a las que a Gadafi le costaron los bombardeos que podrían quitarle el poder y la vida. Y sin embargo en Siria no asoma eso que el halcón Donald Rumsfeld denominó «coalition of the willing», o sea, la coalición de los que están dispuestos a movilizar portaaviones, cazabombarderos y columnas de blindados para acabar con los que violan de forma masiva los derechos humanos.

¿Por qué? ¿Qué paraliza ahora a Estados Unidos y sus socios? ¿Son demasiadas guerras abiertas? ¿No se ve un claro final en ninguna? ¿No representa Al Asad una amenaza exterior ni tortura a los disidentes? Si desde que se desató la revolución en Túnez hemos redescubierto que al frente de los gobiernos del mundo musulmán hay demasiados tipos que no son de fiar, el que lleva mes y medio ordenando que se abra fuego implacablemente hasta liquidar al último de los manifestantes es uno de ellos.

Es así. «Al Asad hijo» heredó un partido de gobierno, el Baaz, que sigue propugnando un panarabismo árabe, socialista y radical que presenta grandes similitudes doctrinales y pragmáticas con el fascismo de los años treinta. Y eso no hay quien lo tape. Su patrocinio de los grupos terroristas que son pura gangrena en el corazón de Oriente Medio, como Hizbulá y Hamás, nunca ha cesado. Con lo que si la comunidad internacional se plantea corregir a los incorregibles, en Damasco tiene trabajo. Pero convendría que lo acometiese con seriedad. Sobran gestos vanos las sanciones que acaba de aprobar la señora Ashton, la dama boba de una diplomacia europea casi siempre pasmada ante las cuestiones que versan sobre la guerra y la paz.