Moscú
EE UU pendiente del futuro de sus relaciones con Tiflis
NUEVA YORK- Oficialmente, la Administración del presidente Barack Obama envió ayer un comunicado donde se congratula de que el pueblo de Georgia haya ejercido su derecho democrático a votar en las elecciones parlamentarias. Pero, igual que ocurre con otros países clave, el seguimiento de Washington de la política nacional de Georgia se hace detrás de los focos y las buenas palabras. Sólo algunos ciudadanos estadounidenses sabrían ubicar a Georgia en el mapa, pero los expertos en la extinta URSS recuerdan que fue el lugar de nacimiento del dictador Josef Stalin en 1878. Pero lo que hace de Georgia un país determinante para EE UU es su ubicación geográfica como puente de unión entre Europa y Asia. El actual presidente, Mijail Saakashvili, educado en EE UU, se propuso convertirse en el mejor aliado norteamericano en la región, al tiempo que profundizó su brecha con Rusia. Independientemente del intento de Obama de «reiniciar» sus relaciones con Moscú, está claro que Washington necesita un país cerca de Rusia en el que confiar. Ahora, el presidente norteamericano esperará a que Saakashvili, aliado de Occidente, mueva ficha. E inmediatamente después el líder del partido de la oposición, el multimillonario Bidzina Ivanishvili, cuya agrupación habría ganado las elecciones al Parlamento, según los primeros sondeos a pie de urna. Ahora, en el Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado en Washington, la gran pregunta es qué va a ocurrir con los oleoductos del mar Caspio sobre los que se asienta Georgia, y que abastecen a los mercados occidentales, que han sido materia de tensas discusiones entre Europa y Rusia. Las elecciones otorgarán un mayor poder al Parlamento y permitirán al ganador nombrar al próximo primer ministro, que se convertirá en la figura más poderosa del país, por encima del presidente una vez que Saakashvili acabe su mandato en enero. En los próximos días, Inanishvili, el hombre más rico del país, que hizo toda su fortuna en Rusia, trazará las primeras líneas de su política. De momento, ha negado que Georgia vaya a caer en manos de Moscú, pero sí ha prometido un deshielo ruso tras las tensas relaciones heredadas del conflicto con el Kremlin en el verano de 2008.
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