Literatura

Castilla y León

Ramón Arangüena: «No planifico mi futuro Así me va que viene una ola y me mareo con verla»

Su sentido del humor es el de quien, en mitad del huracán, mientras la ciudad entera es arrasada, permanece inmóvil e impasible, como si fuera un espectador que, por culpa de haberse parado a comprar unas palomitas, hubiera llegado tarde al primer pase del desastre. Ramón Arangüena comenzó a aprender el oficio de periodista en El Caso, aquel semanario que hoy es un símil melancólico

Ramón Arangüena: He tenido mis límites. No entiendo que se pueda hacer humor del dolor o la guerra»
Ramón Arangüena: He tenido mis límites. No entiendo que se pueda hacer humor del dolor o la guerra»larazon

Después se dedicó a contar lo que sucedía en los quirófanos de medio país. Ambas experiencias le debieron de dar una imagen más o menos clara de ese capricho evolutivo al que llamamos humanidad. También ha trabajado con frecuencia en la radio, junto a Iñaki Gabilondo, o en la televisión, en programas como Osados o Lo+Plus. En la actualidad colabora con Espejo Público, además de escribir entrevistas para las revistas Yo Dona o In Style. Por el camino, igual que el chaval que llama a todos los pisos del telefonillo y echa a correr, ha tenido tiempo para publicar cuatro libros. E incluso para grabar una versión de los Beatles. De rostro bonachón, su mirada es, en cambio, traviesa, inquietante. Tal vez sepa sobre el huracán más de lo que aparenta:

«De pequeño me encantaba jugar con fuego. Mis cinco hermanos me tomaban el pelo constantemente y, entre otras faenas, me quemaban los juguetes. También recuerdo que me preguntaban si había guardado a las gallinas en el corral, cuando vivíamos en un quinto».


-¿A qué se dedicaban tus padres?
-Mi padre trabajaba como farmacéutico. Mi madre, ama de casa. Sin embargo, no he heredado la vocación por la farmacia. Mi padre decía que hacer una carrera para terminar vendiendo pañales no compensaba.

-¿Cómo acabas en el periodismo?
-Por casualidad, que es la mejor forma de acabar en algo. Iba por ciencias puras hasta COU, pero saqué notas bajísimas en física y química. Me agarró el profesor de lengua, que se me daba mejor, y me dijo que no hiciera el tonto. Mi idea era estudiar Arquitectura.

-Parecía una idea bastante más sensata…
-Pero me puse a estudiar Imagen y Sonido, en Madrid. Era aficionado a la fotografía y pensé que a lo mejor había una parte científica o técnica en la carrera. Está claro que me equivoqué.

-Tu primer trabajo es en El Caso…
-Hicimos la prueba para entrar 40 y nos cogieron a dos. Mis padres se asustaron cuando les dije que trabajaba en El Caso. En realidad, fue una delicia. No pagaban mal y me recorrí España haciendo reportajes.

-En esos años no había tantos medios.
-Lo que hacía que al llegar te estuvieran esperando. Llegabas y al preguntar por un crimen te contestaban: «Sí, ha sido mi hijo». Te facilitaban todo, desde las fotos a las declaraciones. Sólo íbamos nosotros y la prensa local. Ahora curiosamente los informativos se nutren mucho de sucesos.

-¿Sólo te ocupabas de crímenes?
-Qué va. Había de todo. Por ejemplo, «el alcalde de tal pueblo regala cochecitos de niños a todos los que tengan hijos». Lo recuerdo como un trabajo divertido, lleno de posibilidades. Siempre había algún loco por ahí al que le podías entrevistar y así sacabas otro tema para escribir.

-Entonces estaba mal visto trabajar para El Caso…
-De hecho, me avergonzaba mucho. Lo que se valoraba era estar en la sección de Política. Me acuerdo de que un profesor de la Facultad de Valladolid me dijo que no sintiera vergüenza, porque la Ilíada y la Odisea eran sucesos, pero bien contados. Y comprendí que tenía razón.

Charlamos con él a lo largo de una de esas tardes de otoño en que el sol madrileño empieza a cansarse de sí mismo, presagiando el paréntesis invernal de chicas cuyo pelo huele levemente a cloro de piscina. Nos asombra la tranquilidad de este palentino, su afable ataraxia, como si se hubiera acostumbrado, entre el asombro y la resignación, a vivir ya sin certidumbres y a reírse de todo lo que se le ponga por delante:«Me dejo llevar. No suelo planificar mi futuro. Así me va a veces, que viene una ola y me puedo marear sólo con verla. Me tomo la vida con bastante calma, sin grandes ambiciones. Por eso no consigo frustrarme».

-Y siempre has trabajado con sentido del humor.
-El mío es muy característico del norte, tal vez por ser hijo de vasco y gallega. Tras cerrar El Caso, entré en Panorama, donde hice el periodismo soñado. Me lo pasé muy bien, me reía de todo. Me mandaban a California, a entrevistar a Poli Díaz antes de zumbarse con Whitaker, y podía soltarme más.

-Luego te metiste en los quirófanos…
-El doctor Beltrán quería un periodista de investigación para un programa televisivo de cirugía. También nos reíamos muchísimo. A fin de cuentas, era mejor mirar que estar en la camilla. Fue cuando conocí la España profunda, en sentido literal. Cuando se acabó ese programa, el equipo de realización ya se decidió por hacer uno de humor.

-Y allá que fuiste.
-Buscaban a actores para una sección que eran entrevistas falsas. Como eran actores, se les notaban los trucos. Les faltaba naturalidad. Así que me pidieron que yo hiciera esas entrevistas de pega, por mi sentido del humor.

-Acertaron, pues funcionó a la perfección...
-Osados fue todo un éxito. Lo veían siete millones de personas cada noche. Eran entrevistas absurdas, con datos incorrectos, por ejemplo. Con todo, hubo entrevistados que me dijeron: «Pues no veía nada raro en esa entrevista, me han entrevistado periodistas peores que tú».

-En el fondo, sí que era periodístico: el entrevistado aparecía tal y como era…
-Los famosos se quitaban la máscara. Reflejaba cómo era la personalidad de cada uno. Recuerdo que Jesús Puente, tras preguntarle disparates como que si había sido tartamudo o pescaba truchas en Palencia y contestar que sí a todo, me dijo que parásemos, proponiéndome unas preguntas más reales. Te encontrabas con muy buena gente.

-Entonces te hiciste bastante famoso…
-Fue un shock. Los audímetros subían cuando yo salía, algo extrañísimo. Tras el primer programa, todo el mundo me paraba por la calle. Los vecinos del barrio me decían: «Hombre, pero cómo lo tenías tan escondido...» No me extraña que, cuando le pasa esto a gente con veinte años, se vuelva un poco loca…

-Y además el número de cretinos se multiplica.
-Lo peor son los borrachos. Por suerte, ya no soy tan famoso. Como siempre, sigo yendo en metro a trabajar. Ahora bien, es cierto que la mayoría de la gente suele acercarse de forma agradable, porque le gusta el personaje que hago…

-¿El humor se aprende?
-Acabo de hacer un prólogo para unos guionistas que han escrito un libro sobre cómo hacer humor. Es como un curso de matemáticas. Lo cierto es que hay gente que vale y gente que no. Es un misterio. Por ejemplo, Karlos Arguiñano puede estar dos horas contando chistes sin parar. Es un tío divertidísimo...

-Hay muchos tipos de humor.
Es algo muy complicado. Pocas cosas hay tan serias como el humor. Nos hallamos en un momento donde casi todo son monólogos. Tal vez estemos algo saturados. A mí me gusta más reírme en grupo…

-Hoy todo español tiene derecho a su monólogo…
-Y se echa en falta más humor negro, como el de Gila, que ya hacía stand-up comedy. Lo políticamente correcto se ha cargado el humor. Me da pena. Lees un libro de Carandell y te sorprendes de cómo era capaz de reírse sobre una necrológica. Hoy prima lo escatológico, lo costumbrista.

-¿Se puede hacer humor de todo?
-Siempre he tenido mis límites. No entiendo que se pueda hacer humor del dolor o de la guerra. Sin embargo, Gila, que era un genio, era capaz de hacerlo. Y hoy en seguida protesta alguien que se ha dado por aludido…

-Por ejemplo, en Lo+Plus se soltaban algunas paridas que en la actualidad serían impensables…
-La autocensura es impresionante. Aquel programa es irrepetible. No sólo por el humor, sino por la calidad de los personajes a los que se entrevistaba, con una diversidad notable, desde escritores a políticos. Era un programa muy bien armado. Y había presupuesto para hacer lo que querías.

-Es evidente que eran otros tiempos.
-Ahora el oficio está peor que nunca, aunque siempre se haya dicho lo mismo. Cuando entré en El Caso ganaba lo mismo que hoy gana un periodista, por término medio. Y no todo el que sale por la tele es periodista, aunque la gente crea que es así, lo que desvirtúa al oficio.

-Pero la chavalada sigue queriendo ser periodista.
-La realidad es que no hay puesto para tanta gente. La TDT no ha funcionado como se esperaba, pues no hay publicidad. La prensa escrita cada vez se vende menos. Tal vez haya esperanza en internet, si se sabe hacer bien.

-Curiosamente la radio sobrevive.
-Y eso que la dieron por muerta cuando la televisión se hizo fuerte. Es una delicia que siga ahí. Cuando estás en televisión, estás de vacaciones, pero siempre está tu casa: la radio. Y puedes regresar a ella.

-En ella trabajaste con Iñaki Gabilondo.
-Recuerdo que él iba a trabajar el primero. Escuchaba toda la música que iba a poner durante el día. Te sorprende que sea tu jefe el que ya está allí cuando llegas. No es lo habitual…

-¿Por qué todos los programas de televisión son tan parecidos entre sí?
-Más que nada por el descenso de presupuestos. A veces, basta con un buen comunicador, va todo enlatado. Si haces algo bueno, tiene que ser necesariamente barato. Y como sabemos ya la audiencia minuto a minuto, si en un canal funciona un menda haciendo volteretas, los demás tienen en seguida a otro que hace las mismas volteretas.

-Eso pasa con las tertulias, donde hay mucho volatinero.
-En la mayoría de los casos, se limitan a que cada periodista repita las argumentarias de cada partido. El público lo ve para autoafirmase con ellas. Por eso ahora también se busca que haya sentido del humor, capacidad de improvisación…

-¿Has tenido que decir alguna vez que no a algo?
-A un programa de Gestmusic. No me convencía mucho el formato. Yo estaba en Lo+Plus. Me aseguraban que así dejaría de ser un segundón. Pero les dije que no. Se quedaron muy sorprendidos…

-Al final, has currado en todos los formatos.
-Menos en diarios, curiosamente. Lo que más me gusta es escribir. Mi sueño, de hecho, sería trabajar en una revista que se llamara Los mejores bares y restaurantes de todo el mundo. Sería mensual. Pero no parece que, de momento, lo vaya a conseguir...

-¿A la hora de escribir, por tu faceta popular, te toman menos en serio…?
-Sí, siempre sacan a pasear lo del «autor mediático», por lo que descartan que puedas sacar algo interesante. Luego llegan elogios de gente cuya opinión realmente me importa. De mi primer libro, Typical Spanish, saqué once ediciones…

-Sigues en Espejo Público…
-Hasta ahora estaba cinco días a la semana, desde el primer día. Ahora estamos tratando de hacer secciones, buscando algo más divertido. A lo mejor cogemos las entrevistas de Osados e intentamos darles una vuelta. Por las mañanas, la televisión se está volviendo demasiado seria.

-Por suerte, sigues escribiendo.
-Para Yo Dona, sobre todo. También para In Style, donde acabo de enviar un artículo a doble página sobre conciliación en casa, con mucho humor. La directora me dijo que le gustaba como escribía y eso siempre se agradece. Y esa sensación de rematar el texto… Es única…

-¿Vuelves por Palencia?
-Allí viven mis suegros, además de una hermana. Mi mujer y yo solemos ir con frecuencia. Lo malo es que la zona donde nos quedamos es la de copas. Y lo llevo fatal. Cuando me hablan de la tranquilidad de Palencia, no me lo creo…

-¿Hay identidad castellano y leonesa?
-No estoy muy seguro. Somos palentinos, sorianos, leoneses… El señor que vive en Valladolid, en el Paseo Zorrilla, nada tiene que ver con el que vive en un pueblo de El Bierzo. En parte eso se debe a la extensión de la Comunidad. Somos una autonomía un poco rara.

-¿Por qué?
-Fíjate que celebramos un fracaso histórico como la muerte de los comuneros… Es algo sorprendente. Y luego está nuestra individualidad. El hecho de que no derribásemos nuestros castillos no sé si ha hecho que aún levantemos murallas también entre nosotros…

Aunque juegue al despiste, aunque parezca dejarse llevar, este palentino, Ramón Arangüena se ha tirado toda su vida trabajando. Su particular sentido del humor también se basa en desvelar nuestros miedos y miserias, siempre con ternura, sin crueldad, tratando únicamente de comprender a los demás. Y está claro que consigue algo tan difícil como que, al contarnos los hechos, nos riamos de nosotros mismos, de nuestra inagotable necedad. Al menos hasta que, sin apenas darnos cuenta, comienza de nuevo el huracán. Avisados quedan.

DE CERCA
Un libro. Los pilares de la tierra.
Una música.Puccini y los Beatles.
Una película.Cualquiera de Jacques Tati
Un periodista.Iñaki Gabilondo.
Un personaje.Torrente Ballester.
Un programa de televisión.La Clave.