Ramón Lobo
Volver a los orígenes por Ángel VALLE
El periodismo debe afrontar las autocríticas y los periodistas se tienen que adaptar a lo que la sociedad espera de ellos
Los periodistas, al igual que otros profesionales, tenemos cierta tendencia al egocentrismo y a la endogamia. Cuando nos juntamos, acabamos hablando de nosotros mismos, de la situación del sector o de lo mal que nos trata el mundo pese a nuestros esfuerzos mesiánicos por mantenerlo informado. Sin embargo, entre tanta crítica hacia lo humano y lo divino, rara vez se cuela alguna crítica hacia nuestra propia forma de trabajar, nuestro modo de afrontar los cambios de la sociedad, nuestra capacidad para adaptarnos a lo que se demanda de nosotros…
Y esto me viene a la cabeza después de leer un estupendo libro de Editorial Debate titulado «Cómo y por qué la crisis del periodismo nos afecta a todos», en la que un grupo de periodistas de reconocido prestigio y amplia trayectoria, buena parte de ellos corresponsales, hace una crítica de nuestro trabajo y un análisis de hacia dónde debe ir el periodismo hoy en día, en plena ebullición de internet y las redes sociales, donde la inmediatez de la noticia manda por encima de todo.
«Cubrimos más cosas. Más deprisa. Peor. ¿Es posible que la solución esté en coger un tren al pasado, volver a la esencia del oficio, llevándose en la maleta los utensilios del futuro? Diferenciarse haciendo menos. Más despacio. Mejor». Ésta es la reflexión de David Jiménez, corresponsal en Asia del diario «El Mundo», quien añade: «El corresponsal ha dejado de tener sentido si no es para ofrecer profundidad frente a la inmediatez, precisión frente a la falta de rigor, reporterismo literario frente la escritura urgente, y originalidad frente al rebaño que hemos formado los medios de comunicación, donde unos nos copiamos a otros, cubrimos las mismas noticias y perdemos el interés por ellas al mismo tiempo, casi siempre demasiado pronto».
En términos no muy diferentes se pronunciaba recientemente el periodista Javier Pérez de Albéniz, autor del blog «El descodificador», en un artículo titulado «La crisis (moral) del periodismo»: «El periodismo consiste en contar historias. Es así de fácil: buscar noticias, confirmar que son ciertas, comprenderlas, analizarlas y trasladárselas a los lectores de la forma más sencilla posible para ayudarles a comprender el mundo».
Otro grande del periodismo español, Ramón Lobo, escribía hace no mucho en su blog «En la boca del lobo»: «El oficio de buscador de contextos y jerarquías está en crisis porque hemos renunciado a pensar, a arriesgarnos en los enfoques, a salir a la calle en busca de voces reales, silenciadas. Algunos lo intentan, otros siguen erre que erre con sus conspiranomanías. No son tiempos de valentías, de plantarse, de decir no, basta. Son tiempos grises, cabizbajos, de cobardía y mudez, de sísíseñorear ante el cualquier mando». Todos tenemos claro que sin salir a la calle, sin buscar historias propias, sin rastrear, sin levantar las alfombras y mirar debajo, nuestro oficio no tiene futuro, porque acudir a ruedas de prensa, recoger las palabras de los dirigentes políticos en mítines, transcribir una nota de prensa o, incluso, acudir a la presentación del último modelo de teléfono móvil, lo puede hacer cualquiera. De hecho, ese espacio ya lo ha ocupado el denominado «periodismo ciudadano». Pero esa otra labor de «buscar noticias, confirmar que son ciertas, comprenderlas, analizarlas y trasladárselas a los lectores», sólo somos capaces de hacerlas los periodistas.
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