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Ética y estética política

La Razón
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La ejecución de Ben Laden en una operación de los SEALS estadounidenses ha obligado a los dirigentes políticos occidentales a definirse. Existen notables diferencias, como acaba de probarse, entre los EEUU y Europa, aunque todos hayan bendecido con más o menos entusiasmo una operación que mantiene excesivas confusiones. El símbolo del terrorismo islamista, cazado en su residencia de Abbotabbat, a cincuenta kilómetros de Islamabad, en Pakistán, y a unos centenares de metros de un cuartel militar, supone un éxito para el presidente Obama, quien de forma inmediata ha acrecentado su valoración y, con seguridad, influirá en su reelección. Pero el problema terrorista sigue subsistiendo y Al Qaeda, oscurecida desde hace años, ha vuelto a ocupar las primeras páginas de los periódicos. La orden de eliminar a Ben Laden ha evitado preocupaciones a los EEUU y ha sido celebrada popularmente. El personaje, en búsqueda, vivo o muerto, desde los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 S de hace diez años, era en sí mismo una suma de contradicciones. Ya había trabajado para la CIA en Afganistán contra la presencia soviética y, en 1988, fundó Al Qaeda. Formaba parte de una rica familia saudí, de la que sería expulsado, aunque desde su refugio, sin teléfonos ni otros medios de comunicación, difícilmente podría coordinar las acciones de unos comandos internacionales que han ido desplazándose, sin grandes éxitos, desde su país de origen al norte de África. Los comentaristas se preguntan por las razones que han llevado a Obama a elegir precisamente estas fechas para actuar, cuando la opinión internacional estaba pendiente de la evolución de movimientos islámicos, en teoría democráticos, en Túnez, Egipto, Libia, con las revueltas en Yemen o Siria al fondo. La cultura del «Wanted» parece tradicional en los EEUU y los filmes del Oeste han mostrado una épica muy alejada de la europea. Pero la sangre que se derrama en los bares del Oeste es falsa. Obama está aquejado por males políticos diversos: el primero de ellos es una crisis que no permite despejar el problema del paro y de la deuda pública, que crece exponencialmente. El segundo, el avance del partido republicano escorado cada vez más a la derecha. El tercero, el incumplimiento de algunas promesas electorales, como el cierre de la base de Guantánamo o la tolerancia de la tortura. El cuarto, sería el menguado plan de sanidad que, pese a las diferencias del proyectado, corre el peligro de adelgazarse aún más. Pero tal vez las guerras que mantiene en Afganistán, las bases militares, el desarrollo del plan de misiles y antimisiles en las fronteras de Rusia, constituyan un esfuerzo que el país, cuya pirámide de población se aproxima cada vez más al europeo, se siente incapaz de asumir. Obama, Premio Nobel de la Paz, necesitaba un balón de oxígeno. Suya fue la orden, pero tal vez sus consejeros habrían debido advertirle de que el supuesto éxito de hoy no implica rentabilidad mañana. Incluso en un acto bélico, del que Pakistán pretende no saber nada, que contraviene las leyes internacionales, conviene guardar las formas. Entendemos el odio y la humillación de los estadounidenses hacia quien justificó y se autocalificó como autor intelectual de aquel desastre. La solución de acabar con él y arrojar su cadáver al mar suscita, sin embargo, algunas dudas. No sólo éticas. Ya sabemos que la ética de la política internacional brilla a menudo por su ausencia. Lo comprobamos en otros escenarios y en guerras declaradas o clandestinas.

Por su naturaleza, el terrorismo escapa a cualquier legalidad. Es un acto indiscriminado que busca la muerte de inocentes. Pero las sociedades democráticas, sean cristianas o laicas, ¿pueden actuar al margen de cualquier regla? Aseguran las fuentes estadounidenses que el rostro de Ben Laden, tras su muerte, no debe ser mostrado porque causaría horror en los telespectadores. Y no iba armado, aunque ofreciera resistencia. Su cadáver, sin embargo, fue lavado, cubierto por una sábana, alguien leyó algún fragmento del Corán, otro lo tradujo al árabe y el cuerpo se lanzó a las profundidades marinas. Con ello se pretendía evitar la localización de un cuerpo que podría haberse convertido en santuario fundamentalista. La brutalidad de la acción, como si de una producción de Hollywood se tratara, se adornó con ciertos efectos estético-religiosos. La dudosa ética se embellece. La respuesta de Al Qaeda puede no ser inmediata. Disponen ahora de un mártir más relevante que, según parece, conminó, en su supuesto testamento, a que se le vengara. La muerte de su líder espiritual y, tal vez, una de sus fuentes económicas incrementará la animadversión de parte de la población que ya tolera que sus dirigentes se enriquezcan, en tanto que la pobreza se mantiene en sus países. Obama ha vengado la muerte de muchos inocentes, pero tampoco ha creído que muerto el perro, se acabó la rabia. No falta ya quien asegure que Osama fue raptado o que no ha muerto, porque disponía de dobles. Las fantasías irán creciendo y conviene no desdeñar los efectos de acciones como la ejecutada sobre la mentalidad de creyentes que pueden incrementar su fanatismo, pese a la estética, aunque sea un mal menor que las inconscientes guerras de Bush que lidia el actual inquilino de la Casa Blanca y nosotros mismos.