País Vasco

Imposición nacionalista por Carmen Gurruchaga

La Razón
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La miopía, la intolerancia, el sectarismo y el totalitarismo de algunos mandatarios políticos han hecho que los ciudadanos vascos y catalanes se hayan visto privados de la posibilidad de ver la final del campeonato europeo de fútbol en pantallas gigantes instaladas en las capitales de esas comunidades autónomas.

Una situación que paradójicamente no se produciría si uno de los dos equipos enfrentados fuera otro diferente a la selección española. Si la gente lo pidiera, podrían instalar pantallas para ver jugar a Italia contra Rusia, por poner un ejemplo; pero no para ver a España, no vaya a ser que gane y las calles se inunden de símbolos españoles.

Ya se vivió una situación similar en el partido final del mundial de Suráfrica cuando algunos donostiarras, deseosos de celebrar el triunfo de España si llegaba a producirse, se trasladaron a Madrid a ver la final, ante la imposibilidad de mostrar su alegría por las calles de la capital guipuzcoana y eso que uno de los pilares de la selección es Xabi Alonso, guipuzcoano e hijo de un famoso jugador de la Real Sociedad. Pero ya se sabe que el victimismo es patrimonio de los nacionalistas y quienes no lo son ni siquiera pueden quejarse ante esta falta absoluta de libertad para expresarse. De hecho, en los balcones, terrazas y ventanas de los edificios donde sí se ven pancartas exigiendo la vuelta de los presos de ETA al País Vasco, ikurriñas o cualquier otro símbolo identitario nacionalista, no ondea una enseña rojigualda.

El sentido común dice que aunque sólo un tanto por ciento de quienes votan a PP y PSOE quisieran exhibirla, alguna debería haber, y que si no están, es por el miedo que tienen esas personas a ser marcadas para siempre, lo que es pura represión, que jamás será así denominada porque quienes la ejercen son los nacionalistas.

El día del partido entre España y Portugal yo estaba viéndolo por TV, en San Sebastián, y durante la tanda de penaltis hablaba con una amiga mía de Madrid, porque los nervios me impedían verlos en directo. Ella con toda normalidad me dijo: «Pues te va a dar igual porque vas a oír los gritos de la calle», a lo que le respondí: «¿Te olvidas de que estoy en mi querida Donostia?».

Efectivamente, se clasificó España y yo no escuché ni un claxon, ni un grito ni nada parecido pese a que tenía las ventanas abiertas. Me enteré por la televisión.