Nueva Zelanda
Que la cultura es cara: por Ángel VALLE
La reciente detención de los responsables de la página de descargas Megaupload en Nueva Zelanda ha desatado una ola de comentarios de todo tipo, muchos de los cuales no han dejado de sorprenderme. Me llaman especialmente la atención aquellos que se refieren a esta actuación policial y judicial como un atentado a la libertad. ¿Libertad?, ¿qué libertad?
Sin entrar en honduras jurídicas sobre los derechos a la propiedad intelectual, parto de la base de que todo aquel que realiza una obra, ya sea musical o cinematográfica, ya sea un libro o un periódico, pretende vivir de su trabajo, es decir, que quienes quieran disfrutar de su creación paguen por ello. ¿Hay algo ilícito en ello?, ¿va eso en contra de algún derecho fundamental?
Ignoro por qué motivo, cuando se trata de una creación parece que no valen las mismas reglas que valen para cualquier otro producto. ¿Se imaginan que alguien diseñe un vestido, lo venda al precio que considere oportuno y venga alguien, lo copie y lo regale? No parece justo, ¿no? ¿Le parecería normal que todo el mundo tuviera copia de la llave de su casa y entrase para llevarse lo que considerase oportuno? Creo que a nadie le gustaría.
Y estas reflexiones me llevan a otras. Este mes de enero tuvo lugar en Las Vegas, el CES, la feria de electrónica de consumo más importante del mundo y de la que ya hablamos aquí la pasada semana. Me vienen a la cabeza las imágenes de los nuevos modelos de televisores, de teléfonos móviles, de reproductores… Toda la creatividad puesta al servicio del mundo audiovisual.
Gastamos cientos o miles de euros en comprar tabletas, smartphones, televisores LED de muchísimas pulgadas, «Full HD», alta definición, sonido envolvente, altavoces capaces de hacer que parezca que estamos en el cine… Sin embargo, luego nos descargamos ilegalmente las películas en una calidad lamentable y con un sonido inaudible muchas de las veces sólo por ahorrarnos los seis euros que costaría ir a ver la película al cine o los 15 ó 20 euros que nos cobrarían por esa película en DVD o Blu-Ray. Del mismo modo, he visto libros «pirateados» que cuesta entender, pues están traducidos y corregidos muchas veces por ordenador. ¿O acaso alguien cree que la labor de editores, traductores, correctores o impresores no sirve para nada?
No entiendo muy bien esta paradoja por estar siempre a la última en continente y luego olvidarnos de la calidad del contenido.
Es que el cine, la música o los libros son caros, aducen algunos como pretexto. Ignoro si pagar seis euros por una película que nos permite estar dos horas en un cine cómodamente sentados, ante una pantalla enorme y con un sonido increíble es caro, pero, ¿no cuesta lo mismo o más tomarnos una copa en cualquier antro de mala muerte? Qué quieren que les diga. Para mí, eso sí es caro. Pagar casi dos euros por un café o una caña sí me parece caro. Pagar tres o cuatro euros por un paquete de tabaco sí me parece caro.
En cualquier caso, también creo que los productores artísticos tendrían que ponerse las pilas y hacer un esfuerzo por adaptarse a los tiempos. Tampoco tiene sentido que si yo compro un DVD y quiero tenerlo en un «pen drive» me resulte más fácil descargarlo ilegalmente que transformarlo. ¿Por qué no incluyen una copia digital de todas las grabaciones, ya sean de películas o de música? Sé que se está empezando a hacer, pero debería ser ya una norma.
Creo que hay mucho camino por recorrer en este sentido y que es necesario un esfuerzo por parte de todos, pero todo el mundo debería tener claro que la creación artísticas no puede ni debe ser gratuita, pues detrás está el trabajo de mucha gente que vive de ello.
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