Literatura
Europa en post-Jauja
Se ha levantado toda una cultura popular o de masas, llena de vulgaridad y bazofia, destinada al embrutecimiento y la corrupción mental sobre todo.
Las autoridades económicas europeas nos dijeron, a propósito del estreno del euro, que éste iba a modificar profundamente el modo de pensar de sus usuarios haciéndolos sentirse miembros de una comunidad de trescientos millones; pero claro está que algo hay que decir en estas ocasiones, y estas retóricas no significaban gran cosa.
Pero lo tremendo es cuando sí que significan, como en este caso, en el que la famosa comunidad de trescientos millones ha costeado una clase dirigente carísima y absolutamente prescindible, que nos ha suministrado la filosofía de vivir por encima de nuestras posibilidades y desde luego soñar que vivíamos en Jauja sin voluntad de trabajar ni defendernos de nada, claudicando ante todo, y como ansiando la irrelevancia total o la esclavitud del primero que se presente, como ya comentan medio bromeando varios candidatos a ser nuestros amos y señores. Y luego está el otro asunto. Porque esta comunidad europea de rostros pálidos, que Europa sigue llamándose, y que evoca con este nombre siglos en nuestra mente y nuestro corazón, se alza ahora con ese icono poderoso en la pura eufonía de su nombre, y lo enfatiza; pero no se acierta muy bien a saber de qué habla, ni se sabe cómo podrían adivinarlo las generaciones nuevas. Porque no es solamente que la transmisión cultural que venía haciéndose durante siglos, y sobre la que se sostenía ese nombre, haya sido liquidada en los diversos planos de enseñanza, o haya producido como resultado un notable analfabetismo que colaborará de manera jubilosa a la liquidación total de esa antigua cultura occidental y europea. Hasta hace poco, en efecto, con las teorías del multiculturalismo, se consideraba que esta nuestra cultura occidental era una más entre las diversas culturas del mundo; pero, pasadas luego las cosas a conciencia por un cedazo crítico más estrecho, se ha llegado a la conclusión de que esa cultura, producida por «rostros pálidos muertos» –tal es la enunciación preferida–, no sólo no tiene que enseñarnos nada, sino que está producida en medio de un pasado de tinieblas, por lo que no tiene ningún interés para nosotros, excepto quizás museístico, o de parque temático, para llenar nuestros ocios vacacionales con alguna curiosidad complementaria de la caza o la gastronomía; y no tendría ningún sentido quebrarse la cabeza con lecturas de lo escrito por aquellos señores.
La creatividad es también cosa nuestra, y todo juega a nuestro favor, porque nosotros vivimos en la plenitud de los tiempos, y no tenemos ya los prejuicios que tuvieron en los suyos, digamos los Dante, los Sófocles o los Shakespeare. Pero de aquí se ha pasado todavía a conclusiones más radicales, según las cuales las demás culturas que hay sobre la tierra son dignas de tenerse en cuenta, pero no la occidental, que sólo sería una historia de depredaciones y horrores, y que sobre todo está anclada en el judeo-cristianismo, resumen de todo mal que hay que extirpar. De manera que, como poco, la tela comunitaria de Europa, que se está tejiendo desde hace años a través de instituciones sobre instituciones, reuniones sobre reuniones, burocracia sobre burocracia, estaría no ya menguando y deshilachándose en ese otro plano de cosas, sino liquidándose felizmente, y en busca de una total renovación cultural que se supone que ha de venir de otras culturas cuyo folklore admiramos. El caso es que no den qué pensar.Se han destruido, como digo, los canales de la tradición cultural en la escuela y en los mismos planos del vivir, pero se incita conmovedoramente al amor a la lectura –aunque no se sabe bien si de libros– como al más «chic» de los «hobbies», y se ha levantado toda una cultura popular o de masas, llena de vulgaridad y bazofia, destinada al embrutecimiento y la corrupción mental sobre todo. Realmente nuestros padres y abuelos tendrían que preguntarse ahora, por qué y para qué lucharían para dejarnos una herencia colectiva en todos los sentidos, incluido el económico, que ya hemos dilapidado en medio de una tan sorprendentemente rara inconsciencia e imbecilidad.
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