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Esperando un Adenauer

La Razón
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Dos lecturas del momento. Una necesaria y otra para nota. La primera, la Declaración Transforma España, de la Fundación Everis; la segunda, el Real Decreto-ley aprobado en el último Consejo de Ministros. Empiezo por éste. Recoge una serie de previsiones que buscan –y cito su título– «fomentar la inversión y la creación de empleo». No tengo espacio para valorarlas. Se unen a las traumáticas medidas del pasado mayo, que en mi caso ha supuesto una dentellada de casi el 10% del sueldo. Perdón por personalizar, pero vistas unas y otras medidas, las asumiría como imprescindibles si fuesen «la» solución y diesen esperanza. Algo arreglarán, cierto, pero más bien son una mezcolanza entre medicina de guerra y un desesperado tirar por la borda lastre para que España –más que la economía– tome algo de altura, al menos durante unos meses; no responden a otra lógica que la de un «ir tirando» de resultado incierto.
Sostengo que no hay crisis que por bien no venga, porque a golpe de recesiones, cracks y depresiones se aprende y mucho: es consustancial a la naturaleza humana hacerlo a base de errores y batacazos. En nuestro caso ojalá sea así porque en medio de esta crisis tengo la impresión de respirar cierto aire no tanto de fin de ciclo, como de fin de época. No me refiero al fin del periodo inaugurado en 2004, con la toma del poder por el partido socialista; eso es otra cosa y lo que suceda en el futuro inmediato depende de las urnas. Me refiero más bien a que nos estamos dando de bruces con una realidad ya insoslayable: que el sistema político, institucional, el modelo económico y social de los últimos treinta años clama por una seria y valiente reconsideración. El fuelle de la Transición ya no tira.
España tiene muchas incógnitas, muchos problemas pendientes y la crisis nos ha mostrado que ya es la hora de contestar a unas y resolver los otros. Los diversos estudios y manifiestos que van apareciendo así lo muestran. Como digo, ahora está en boca de todos el de la Fundación Everis; el año pasado el Circulo de Economía publicó el estudio «Horizonte 2012: cambio económico y responsabilidad política». También el pasado año un grupo variado de profesionales en el manifiesto «Crisis, ética, moral y valores: una reflexión abierta», propugnábamos una regeneración de nuestro sistema económico e institucional. Hay más textos, y todos vienen a coincidir en que hemos llegado a un punto en el que ya no basta con ir tirando a base de medidas puntuales de Consejo de Ministros; se trata de liderar una reflexión profunda, valiente, urgente y actuar, ya, sin demora.
Tenemos mucho por resolver. Pienso, por ejemplo, en el gravísimo problema demográfico que padecemos y lo que traerá ese terrible envejecimiento de la población; pienso en un sistema educativo que no abre puertas ni es competitivo y que ha malogrado a una generación; pienso en una juventud que ve con pesimismo el futuro; pienso en una inmigración ante la que no se sabe qué hacer; pienso en un Estado autonómico sencillamente inviable, que consume el esfuerzo ciudadano; pienso en una organización territorial que genera desigualdad y nacionalismos disolventes; pienso en un sistema electoral que hace de fuerzas indeseables árbitros de la vida política; pienso en un modelo económico basado en el ladrillo, fuente de corrupción y que algo básico –tener una casa– sea un lujo; pienso en sindicatos antediluvianos; pienso que libertades elementales –por ejemplo, elegir el colegio que quieras y educar a tus hijos como quieras– peligran; pienso en una partitocracia parasitaria, que deslegitima a no pocas instituciones, pienso en una Justicia armatóstica, etc.
No es una lista de calamidades, trazo un panorama político, institucional, económico y social que necesita una urgente reconstrucción. Se trata de preguntarnos ¿a dónde vamos?, ¿qué país queremos? e ir respondiendo ámbito a ámbito, sector a sector: la educación, el Estado del Bienestar, la Justicia, las relaciones laborales, el modelo productivo, el sistema autonómico, etc. Ante este panorama que la iniciativa política se agote en prohibir el tabaco o proponer juegos no sexistas en los patios de los colegios es un sarcasmo. Pero más grave es que ante esos retos se palpe una sociedad amorfa, que se deja manipular o que desde el poder se fomente no lo mejor de los españoles, sino intencionadamente lo peor –ahí están algunos contenidos educativos–, lo que nos divide y enfrenta y se debiliten los resortes éticos.
No sé qué pasará en las próximas elecciones, pero venga quien venga sí que tengo una cosa clara: necesitamos no un presidente del Gobierno más, un líder de partido más. Necesitamos un estadista, una suerte de Adenauer. El canciller Adenauer se encontró al llegar al poder con una Alemania dividida, asolada y reducida a cenizas. La reconstruyó e hizo de ella una potencia económica, el alma de Europa. Se me dirá que exagero, que soy tremendista o que yerro en mi análisis porque España no está reducida a cenizas. Cierto, en algunas cosas no lo está, pero en muchas otras lleva camino de ser un erial.