Costa Rica
Mujer brava emoción desnuda por Javier de Cambra
«Un día lo dejo todo y vengo a morir aquí. Es la selva de Nanciyaga. Tan cerca y tan lejos, solo a unos kilómetros de Veracruz, está el paraíso». Así arrancaba Chavela Vargas las memorias que escribió en 2002 con el título de «Y si quieres saber de mi pasado», siguiendo un verso de José Alfredo Jiménez. Y ayer nos dejó Chavela, voz de piedra y sentimiento, ser cuya única bandera fue la libertad y la gran artista que llevó la canción popular mexicana de las cantinas a los teatros. A Isabel Vargas Lizano aún le dio tiempo de regresar a España y ofrecer su último recital en la Residencia de Estudiantes de Madrid el pasado 10 de julio con el que hoy es su testamento discográfico, «La luna grande. Homenaje de Chavela Vargas a Federico García Lorca». Chavela, nacida en Costa Rica y que siempre afirmó su condición mexicana, siempre proclamó que debía a España, a Manuel Arroyo, el editor de Turner, su «segunda vida», su regreso a los escenarios después de quince años de «tequileo» sin medida, el «Descenso a los infiernos», en sus memorias. Y entre sus muy notables amigos españoles estaba Pedro Almodóvar, quien ha escrito: «Chavela nos canta y nos cuenta cuánto hemos amado, cuánto hemos sufrido y cuánto nos hemos equivocado. Pero no es un examen de conciencia; después de oír a Chavela, uno se reconcilia con sus propios errores y dan ganas de tirarse a la calle y volver a cometerlos».
Chavela nos deja –nunca sus interpretaciones– después de 95 años de intensísima vida en la que, según ella misma, tuvo dos dedicaciones principales: cantar y amar. Ella misma resume en sus memorias: «Con la luna tengo mis tratos. Nos entendemos. Yo nací parrandera sin remedio. Y la noche, ya lo saben, del mismo modo te da versos que tequila. Así que nocturna, poeta, borracha y parrandera». En sus memorias, Chavela nos cuenta de su vida con Diego Rivera y Frida Kahlo; de los años dorados de Acapulco cuando Rock Hudson aparecía con su novio y ella amanecía con Ava Gardner; de cada uno de sus pasos por dar peso y dignidad (y el cambio del mariachi por dos guitarras) a las grandes canciones de los compositores mexicanos, sus compañeros en las largas noches de parranda en el Café Tenampa, México DF. En cada uno de sus hechos, de sus palabras Chavela no fue sino ella misma. Y siempre y a cada vuelta enfrentó cada canción como un relato preciso con una vocalización exacta: la de su enorme corazón de mujer brava, la emoción desnuda.
Javier de Cambra
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