Berlín

Literatura para la era del «crack»

Basta darse una vuelta por las librerías para percibir un pequeño oasis no tan maltratado por la crisis: el de los libros dedicados a comprender la crisis.

Un corredor de la Bolsa de Nueva York atiende a los monitores
Un corredor de la Bolsa de Nueva York atiende a los monitoreslarazon

Lo primero que debe decirse del impactante ensayo de John Lanchester es que su título no defrauda. Sólo armado de su sentido común y sin especiales conocimientos macroeconómicos –¿alguien puede presumir hoy de ellos?– el lector puede acceder a los entresijos de esa inquietante y diabólica palabra que en los últimos tiempos tanto nos sobrecoge: «Los mercados». Lo segundo, que el libro cumple su cometido de explicar con ejemplos claros y datos elocuentes que la crisis no es una maldición caída del cielo, sino que obedece a causas muy precisas e identificables. Adelanto que su lectura no servirá para apaciguar nuestro ánimo. Más bien lo contrario. Porque lo que nos ofrece es un relato de terror en toda regla. «¡Huy!», ciertamente.


Talento y mala baba
Por suerte, la sabia dosis de vitriolo que administra el autor en su intento pedagógico de explicarnos a los legos las causas de la reciente crisis nos ayuda a encajar mejor los golpes. Lanchester es escritor, no economista, y se nota. Hay que tener talento y mala baba para contarnos esta historia de la infamia financiera con el tono satírico adecuado. Sin omitir detalles y sin los usuales escrúpulos académicos a la hora de utilizar referencias populares. Perteneciente a una gran generación de novelistas británicos –Amis, McEwan, Lodge o Swift–, Lanchester es el menos famoso de ellos, pero no por ello un desconocido en nuestro país. Anagrama ya había publicado «En deuda con el placer», «El señor Phillips», «Novela familiar» y «El puerto de los aromas», donde el escritor ya advertía de la virulenta «licuefacción» económica a la que la vida era sometida en la ciudad de Hong-Kong.

«¡Huy!» es una reflexión crítica acerca de un relato conocido hasta la saciedad y tal vez por eso a veces obviado: el de esa política económica que, con objeto de aumentar índices de productividad y rentabilidad inmediatos, no dudó en aceptar los riesgos sociales provocados por la liberalización de los mercados financieros. Una historia que, según el autor, comienza con la caída del Muro de Berlín y la victoria total del bloque occidental frente a su contrapeso ideológico. ¿El problema? «No había antagonista global para señalar y hacer escarnio del auge en cantidad y tamaño de los peces gordos; nadie se sentía molesto por permitir que éstos se enriquecieran más aún y con tanta rapidez».

Lo que está en juego no es el simple resentimiento de los perdedores frente a la riqueza de los ganadores. Con el nuevo modelo económico bendecido por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, el mundo, argumenta Lanchester, dio un giro radical hasta abandonarse al poder de los mercados. Si después de la Segunda Guerra Mundial las democracias liberales persiguieron acomodar el potencial de crecimiento económico a mejorar las condiciones de vida de la gente común, tras ellos la cosa cambió: «El motor a reacción del capitalismo» dejó de adaptarse «al arado de bueyes de la justicia social». Es como si tras la caída del muro, el capitalismo hubiera encontrado a un nuevo enemigo: él mismo. De ahí que esta primera parte del libro verse sobre las razones por las que el neoliberalismo construyó un marco económico que pronto estaría a punto de despeñarse. Es brillante la reconstrucción de la locura que se desencadenó tras 1989 en Wall Street y su análisis de cómo el mundo económico comenzó a confiar en los nuevos paradigmas matemáticos, una revolución en contra del sentido común que Lanchester compara no sin sorna con la ruptura vanguardista del movimiento modernista en el ámbito de las artes.


Aventuras lucrativas
El relato de Lanchester también arroja luz sobre el siguiente paso: cómo el capitalismo quedó absorbido por el cinismo de un sector financiero cada vez más exento de regulaciones y cuyas arriesgadas aventuras lucrativas eran combatidas, ante la inoperancia de los estados, con incesantes huidas hacia adelante. El ensayo se detiene en la exploración de este contexto, desde el cual hay que entender la expansión del mercado de hipotecas «subprime», así como el estallido de las burbujas inmobiliarias. De los muchos datos que aporta el ensayo, uno especialmente escalofriante puede ayudar a comprender la magnitud de la crisis: la cifra que deberán abonar los norteamericanos de su bolsillo para el famoso rescate bancario es inferior a los gastos conjuntos del «New Deal», el «plan Marshall», las guerras de Corea, Vietnam, Irak o los vuelos de la NASA. Estamos hablando de 7,7 billones de dólares. Aunque el libro tiene sus villanos –algunos banqueros, los tiburones de las finanzas norteamericanas y de la «City»–, nadie termina salvándose. No todos tienen las mismas responsabilidades, pero Lanchester no guarda sus dardos para un nivel de vida como el nuestro, incapaz de pronunciar la palabra «basta». En ese nivel –escribe–, tenemos que pensar cuándo tenemos suficiente –dinero, cosas– y si en realidad necesitamos todo lo que creemos necesitar, más allá de lo que ya poseemos».


El valor del riesgo
¿Qué podemos entonces aprender de la crisis? Estas páginas del ensayo son las más imprecisas. Teniendo en cuenta el trabajo desarrollado en los últimos tiempos en psicología económica por los economistas Daniel Kahneman (premio Nobel) y Amos Tversky, Lanchester señala el callejón sin salida de un sistema financiero construido sobre la base de una racionalidad orientada exclusivamente al riesgo, un valor que si bien para la gente común es en gran parte algo malo o no necesariamente bueno, es algo muy deseable, por no decir una condición necesaria, para la circulación del dinero. Un ensayo de infarto. Lanchester concluye citando la afirmación del visionario James Lovelock según la cual lo que necesita la tierra en nuestra situación es un pequeño ataque cardiaco. Del mismo modo que estos sobresaltos son a veces beneficiosos porque llaman la atención sobre la necesidad de vivir de otro modo, hoy el colapso financiero debería abrir una reflexión sobre un mundo más sostenible. ¿Nos abrirá la crisis los ojos o no tardaremos en festejar nuestra salida del hospital dándonos un homenaje de colesterol?


Título: «¡Huy!».
Autor: John Lanchester.
Editorial: Anagrama.
272 páginas. 18 euros.


El por qué de los mercados
John Cassidy es uno de los reporteros de la revista «The New Yorker». Un especialista en finanzas que ahora se acerca al último abismo de la economía con un libro que se ha convertido en una referencia: «Por qué quiebran los mercados» (RBA). Un intento de mostrar cómo funciona este mundo. Enseñar sus resortes y, como indica el subtítulo, la lógica que los mueve. Una de las ideas que maneja el libro es la autorregulación. Un argumento que se ha escuchado en varios debates actuales debido a la debacle de la Bolsa y la recesión que se ha vivido en el mundo. Cassidy, no obstante, lo considera una verdadera utopía. La liberación de los mercados y la falta de los adecuados controles gubernamentales no es ninguna solución, tal como ha dejado ver la presente crisis. El autor repasa la causas que han conducido a la situación actual. Examina las diferentes teorías que han imperado en el mundo económico y cómo la mala gestión nos han llevado al desastre. La obra se ha convertido ya en un libro de culto para entender lo que ha ocurrido. O mejor dicho, lo que ocurre, porque, como él dice, si no se toman más medidas, los problemas continuarán.