París
Nadal reina en París
Conquista su sexto Roland Garros, el décimo «Grand Slam» y conserva el número uno
Y Nadal volvió a ganar en París convirtiendo lo extraordinario en normal. La dimensión de los logros de Rafa sólo se percibe si se le compara con los más grandes del pasado y con todo lo que todavía tiene por delante si el físico le respeta. La sexta Copa de los Mosqueteros convierte al español, si no lo era ya, en una leyenda del deporte mundial. Nadal se ha situado a la altura de Bjorn Borg con media docena de títulos en París. Ya no tiene a nadie por delante. Ha alcanzado la decena de «Grand Slams» y la victoria ante Roger Federer le permite mantener el número uno del mundo hasta Wimbledon. Ya serán más de 100 semanas al frente de la ATP. En el nuevo triunfo sobre la Philippe Chatrier hay elementos que le vinculan con el pasado, especialmente el rival, pero hay muchos factores que lo convierten en diferente, una victoria que no tiene nada que ver con las anteriores. Porque nunca Nadal sufrió tanto y tan pronto en un torneo de dos semanas. Los primeros días en París fueron una pesadilla. A Nadal le asfixiaba la ansiedad, el peso de las derrotas ante Djokovic, el sentirse favorito por obligación; cada vez que cogía la raqueta sentía por primera vez que tenía que ir a trabajar... Vivía incómodo hasta que en octavos, después de vencer a Ljubicic, Rafa se reencontró con Nadal. Lo que sucedió a partir de entonces resulta incluso familiar.
Ahí se incluye también el desarrollo de la final. Federer cumplimentó un arranque impecable. No se le puede pedir más ante un rival que le ha maltratado reiteradamente en París. El suizo hizo lo que debía para intentar acabar con unos fantasmas del pasado que continúan en el presente por mucho que se empeñe. Buscó el revés de Nadal, frenó los intercambios, fue muy agresivo, le funcionó el saque y se colocó con 2-5. Rafa empezó a ganar el título en el octavo juego después de salvar una bola de set en contra. Cuando la situación exige el máximo, nunca desconecta. Nadal siempre está «on» y en las situaciones límite eso es lo que le diferencia del resto. Nunca se desengancha. Así fue en las tres finales anteriores ante el suizo en París. Así volvió a ser ayer. Llegaron las devoluciones imposibles y dirigidas con sentido, la pelea permanente y Federer, después de que en semifinales jugara el mejor partido de su vida en tierra, se encontró con la situación que quería evitar a toda costa.
La perfección de los siete primeros juegos desapareció y Rafa logró llevar la final a su territorio. A Federer le pesó tanto la reacción de Nadal como el recuerdo de las finales anteriores. Encajó cinco juegos consecutivos y lo que apuntaba como un inicio favorable se tornó en una interminable cuesta arriba. Rafa se apuntó el primer set y se situó con 2-0 en el segundo. Con la amenaza de la lluvia cada vez más presente, la final se equilibró. Con 5-5 y 40 iguales apareció el chaparrón. Fueron doce minutos de parón. El tiempo suficiente para que alguno de los dos desconectara. Lo hizo Rafa porque además el partido se reanudó sin ningún tipo de calentamiento. Se cerraron los paraguas, Rafa desaprovechó una bola de set, cedió un «break», pero... Cuanto peor, mejor. Se rehizo justo a tiempo para llevar la manga al desempate. Al suizo volvió a traicionarle la cabeza. Cometió cinco errores no forzados en el «tie-break». Demasiados errores cuando la raqueta que está al otro lado es la de Rafa.
A Federer le quedaba recurrir a una de las pocas armas que hacen realmente daño a Nadal, las dejadas. Se trataba de intentar romperle el ritmo, alterar el tenis del jugador más sólido del circuito. Y lo consiguió después de levantar una desventaja de 4-2. El de Basilea se colocó por primera vez por delante al romper en el undécimo juego y remató luego el parcial con su saque.
La sensación era que a Nadal tampoco le preocupaba estar más tiempo en la pista. Si es por físico, él también está por delante. Levantó un 0-40 en el primer juego y la final tomó una dirección única. Un «break» en el cuarto juego y otro en el sexto bastaron para que cerrase el duelo a la primera oportunidad. Una derecha demasiado larga del suizo acabó con Nadal sobre la arena de la central por sexta vez desde 2005. La extraordinaria normalidad de Rafa. «Lo que me ha pasado en este torneo no me lo hubiera podido imaginar ni en mis mejores sueños, por eso será imposible de olvidar. Doy gracias a la vida porque soy un afortunado», asegura el hexacampeón en París.
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