Grecia

A tiempo

Si el Gobierno tiene un dato cierto que ofrecer como indicio de que las cosas van mejorando, ¿qué problema hay en que se sepa pronto? 

La Razón
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No sé qué me ha dejado más perplejo, si la descripción que hace Tomás Gómez del ministro José Blanco como agente electoral de Esperanza Aguirre (los líderes afables también disparatan) o la pueril pataleta sindical por la filtración del paro de abril tres días antes de que fuera oficial el dato. Por primera vez en ocho meses, el desempleo baja. Bienvenido sea el hecho y su difusión, cuanto antes mejor, claro que sí, que los prestamistas extranjeros nos están contemplando. Bien por Corbacho. No alcanzo a entender el disgusto sobreactuado de Méndez y Toxo. Si el Gobierno tiene un dato cierto que ofrecer como indicio de que las cosas van mejorando, ¿qué problema hay en que se sepa pronto? Alegan los sindicatos que el Gobierno revela «ansiedad». Ciertamente la sufre. Lo contrario revelaría que no se entera de lo que está pasando. Y el Gobierno, a fuerza de reveses, sí se ha enterado. A micrófono cerrado ya ha hecho suyo el mensaje que vienen repitiendo cuatro voces clásicas de la socialdemocracia patria: Almunia, Solbes, Sevilla y Fernández Ordónez. El mensaje dice que estamos en una carrera contra el reloj, que la acometida de eso que llamamos «los mercados» volverá a producirse si no activamos un cortafuegos eficaz y rápido. La recuperación ya asoma, pero va lenta. Lo que antes era un día ahora es una eternidad. El reloj de Méndez y Toxo va con retraso. Como tiene escrito Patxo Unzueta, es un rasgo del momento actual «la desconfianza hacia los especialistas por parte de quienes sólo lo son en consignas con rima». Al presidente del Gobierno le urge convencer a los escépticos de que ha puesto su reloj en hora. Bienvenida sea la llamada a consultas de Rajoy, un gesto de gobernante que gobierna torpemente deslucido por el aprovechamiento preventivo que se lanzó a hacer del mismo Leire Pajín. Los tacticistas de bajo vuelo que abundan en el entorno de Rajoy le instan a hacerse el estrecho porque el presidente busca oxígeno y el aspirante aguerrido, para serlo, ha de negárselo. Tercer motivo de perplejidad: quienes aplaudieron la operación Socrates en Portugal hablan ahora, a lo Mayor Oreja, de «cita trampa». Entrampado está el Estado, como emisor de deuda al que no le queda otra que hacer guiños de complicidad a los severos prestamistas que andan apretando. Portugal tampoco es Grecia, pero Socrates ha acabado pasando por el aro del ajuste inmediato que, hasta hace una semana, pretendía ir realizando a plazos. Si hoy se pacta en La Moncloa el saneamiento pendiente de las Cajas de Ahorros habremos ganado un tiempo valioso. Si la recuperación incipiente no despega pronto y nos vuelven a tocar las narices las agencias de calificación de riesgo, aun veremos al presidente, prietos los labios, aprobar la congelación salarial del sector público que De la Vega rechaza, el abaratamiento del despido que rechazan los sindicatos, la subida de impuestos a las rentas altas que rechaza Rajoy y el recorte del gasto social que él mismo rechaza. Aún habrá quien se declare perplejo.