Túnez

La prudencia

La Razón
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A los niños de antaño nos ordenaban nuestras madres mientras nos estiraban el flequillo con la mano empapada de colonia, antes de ir al colegio: «¡Tú no te signifiques!». Y nuestras abuelas: «En España al que saca la cabeza por encima de la media, se la cortan, de modo que… tú chitón». El mensaje era claro: hay que estar calladitos y no llevar la contraria al pensamiento dominante. En la escuela, en la universidad, en el trabajo y en la calle.

Esa cobardía nacional, disfrazada de prudencia, probablemente proceda de la dichosa Guerra Civil y el posterior franquismo, periodos de nuestra historia que nos aleccionaron severamente: «Es preferible dejarse llevar antes que tratar de cambiar las cosas por muy abusivas que sean».

Curiosamente, mientras, con la mejor de las intenciones, nos inculcaban las artes y ciencias de la cobardía nacional, también nos enseñaban cuatro reglas básicas sobre decencia y justicia. Hoy en día, la mansedumbre sigue viva, y sin embargo nos faltan los viejos referentes de honradez y probidad.

Esa mal entendida discreción que aún perdura en la conciencia colectiva tiene que ver con la traición tanto como con la cautela del superviviente. En España, la gente por lo general prefiere ser una rata rebosante de salud antes que un león herido. El valor, si acaso, lo dejamos para que hagan alarde de él los toreros. Herederos de un franquismo que gangrenó a la sociedad y promocionó la mediocridad, la anestesia social, el conformismo y una pobreza mayoritaria –al borde de lo soportable–, siempre nos hemos resignado a ser miserables a condición de que el resto de nuestros vecinos también lo sean. Nos hemos acostumbrado a callar, a vivir bajo la tutela estatal. La Transición no cambió mucho, sino que asimiló los Principios del Movimiento: Familia, Municipio y Sindicato, y hoy tenemos un reino de taifas delirante que es una risión política y económica pese a lo muy en serio que nos lo tomamos; hemos casado hasta a los gays; y conseguido incluso sindicatos de Pijas Sin Fronteras. Además de ser cada día más catetos: nada nos interesa más allá de nuestro pueblo. Y nunca pasa nada, así se hunda la economía o
nos quiten el pan de la boca.

La paz social que disfrutamos se funda sobre nuestro atávico sometimiento. De Grecia hasta Túnez, los países expresan su preocupación. En España, no se mueve ni el aire. Que, además, mañana es puente…