Cuba
Maestro de diplomáticos por Carlos Abella
El pasado 31 de octubre falleció en Madrid monseñor Faustino Sainz Muñoz, nuncio apostólico y arzobispo titular de Nova Liciana, quien ejerció a lo largo de su carrera diplomática vaticana las Jefaturas de Misión de las Nunciaturas en Cuba, el Congo, Reino Unido y ante la Unión Europea. Fue además un maestro de diplomáticos y un gran español. Monseñor Sainz fue un referente para gran número de diplomáticos a los que sin excepciones convirtió en sus amigos, admiradores de su gran labor profesional y de su atractiva personalidad. Además, fue un gran español que siempre se preocupó por lo que sucedía su país. Así, si bien monseñor Sainz estaba al servicio del Vaticano, también prestó grandes servicios a España en innumerables ocasiones.
Estos días monseñor Sainz –Faustino para todos sus innumerables amigos– nos ha vuelto a reunir a tantos en duelo por su pérdida. Hemos recordado su mirada viva e inteligente, con una chispa de sorna alegre de sus ojos claros, su sonrisa franca y su sentido del humor, rápido y tan humano. Era una personalidad culta, reflexiva y a la vez cercana, que hizo amigos por donde pasaba. Era además un muy competitivo deportista, concretamente un excelente tenista, lo que se manifestaba en el «fair play» que mantenía respecto a las ideas que no compartía. Buen español hasta la médula, Faustino era también un «gentleman» y «sportsman» de imantada personalidad y actitud que atraía sin proponérselo.
Coincidí con Faustino Sainz en Kinshasa, hoy República Democrática del Congo, entre 1995 y 1997, años complicados que culminaron con la caída del régimen de Mobutu y una guerra civil que se extendió posteriormente a la vecina Brazzaville, con sucesión de acontecimientos dramáticos, como los grandes movimientos de refugiados y las numerosas evacuaciones. En el entonces Zaire, tuve ocasión de compartir muchas vivencias con monseñor Sainz, y muchas correspondieron a momentos muy delicados por la inestable situación del país. Precisamente en esos trances era cuando Faustino se convertía en maestro del buen hacer diplomático, con sabiduría, humanidad y templanza. Así el 18 de mayo de 1997, cuando la mitad de Kinshasa había caído la víspera en manos de Laurent Kabila y la otra mitad se le escurría entre los dedos a Mobutu y un silencio conradiano petrificaba el aire, apareció ante la Cancillería de la Embajada de España una pequeña columna de coches con la bandera española, dirigida por el entonces embajador español, José Antonio Bordallo, y, cómo no, bajo la protección del nuncio apostólico, Faustino. Juntos recorrieron todas las misiones en la parte «liberada» de la ciudad, donde sin embargo proseguían los combates, logrando con su presencia y gestiones que no se asaltase ni una sola de ellas durante las muchas semanas posteriores de confusión y violencia. Ninguna otra representación extranjera se movió en Kinshasa durante esos días iniciales. Los contactos de Faustino con todo tipo de interlocutores durante los años previos fueron fundamentales para este buen resultado diplomático. Otro momento de especial relevancia fue la organización de la acogida, alimentación y protección en la Nunciatura Apostólica de centenares de refugiados, tras la caída de Kinshasa, salvando la vida a cientos de personas, muchas de ellas mujeres y niños, que pudieron ser evacuadas a un lugar seguro donde no fuesen asesinadas. La fragilísima valla de la Nunciatura y la personalidad de Faustino fueron el baluarte que durante semanas evitó esta tragedia hasta alcanzar una solución diplomática laboriosamente trabajada. Como decía Quevedo, uno es recibido como se presenta y despedido de acuerdo a cómo se comporta. Cuando llegó el momento de su despedida de Kinshasa, Faustino recibió el testimonio del agradecimiento, afecto y admiración de todos a quienes ayudó en el Zaire, entre ellos los extraordinarios misioneros españoles, muchos congoleños de toda condición y convicción, y numerosos colegas diplomáticos de varias nacionalidades.
Monseñor Faustino Sainz Muñoz, nuncio apostólico, arzobispo titular de Nova Liciana, maestro de diplomáticos y gran español, deja muchos amigos y una vida y acción diplomática digna de recordar.
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