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Postzapaterismo precisiones

La Razón
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Cuando aquí en LA RAZÓN, a primeros de septiembre, empezamos a hablar de postzapaterismo, nos referíamos, claro está, a la renovación del liderazgo en el PSOE. Pasado el verano, empezó a despuntar algo que luego ha resultado cada vez más evidente, y es que dentro del Partido Socialista hay gente según la cual la permanencia de Rodríguez Zapatero al frente del partido es un obstáculo ya insalvable para que los socialistas sigan en el poder: en algunas comunidades clave, primero, y luego en el Gobierno de la nación. Sin embargo, al hablar de postzapaterismo también estábamos pensando en algo que no constituye sólo un cambio de nombres y de personas.

Dada la gravedad de la crisis económica, es probable que lo primero que tendría que cambiar en el PSOE sea la fidelidad a esa tradición entre ideológica y sindicalista que le lleva a empeñarse en una interpretación de clase, vagamente marxista, de una realidad que no responde a esos parámetros. Esto no quiere decir que el PSOE renuncie a ideas que considera fundamentales. Significa que conviene adaptar los medios a la realidad que se nos presenta, inexorable. No se puede seguir diseñando la misma política social cuando se pierden millones de puestos de trabajo y se tienen que cerrar cada vez más servicios sociales, pura y simplemente por impago. El Gobierno ya ha empezado a cambiar, aunque sea con indecisión y de forma improvisada. Habría que profundizar ese trabajo y no caer en la tentación de intentar movilizar una franja del electorado descontenta con los cambios introducidos… para no despeñarnos. El postzapaterismo no puede ser la reivindicación del zapaterismo traicionado por Rodríguez Zapatero. Así no se va a ninguna parte, ni como socialistas ni como españoles.

El PSOE también podría empezar a pensar hasta qué punto sigue siendo sostenible la política de confrontación y de tensión permanente. No se puede someter a la sociedad española a una crispación perpetua que hace del adversario un paria, un ser deleznable e «insultable», por así decirlo, a placer. El Estado no es un arma al servicio de la ideología y el poder es algo más –y más interesante– que machacar al adversario. Además, en España, dada la naturaleza plural de la nación, se corre el riesgo de acabar haciendo estallar ésta por las costuras, al sustituir la dialéctica izquierda / derecha por otra de fomento de las pulsiones identitarias. No hay país, ni democracia, que aguanten una perpetua guerra cultural e identitaria, además de política.

La previsión de tres campañas electorales (Cataluña, mayo de 2011 y las generales, sean cuando sean éstas) no es la mejor oportunidad para rebajar la tensión y proceder a un cambio en los planteamientos propios. Aun así, alguien en el PSOE tendrá que hacer un esfuerzo para sacar las conclusiones de lo ocurrido en estos años y cambiar, sin que ello signifique –conviene insistir en esto– renunciar a lo que se considera propio. El postzapaterismo no tiene por qué significar el final del socialismo español, al contrario.