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El huevo del juicio por Marina CASTAÑO
Mi marido Camilo José tenía con frecuencia ideas disparatadas y siempre divertidas. Hablaba en una ocasión de un muchacho que había desarrollado un tercer testículo, y sostenía que aquello era el «huevo del juicio», lo mismo que en la boca nos salen las muelas del juicio. De esta manera, y merced a este juego de palabras (o de apéndices testiculares), nació un libro así titulado en el que según sus previas consideraciones «del huevo del juicio fluye la esperanza de las dichas mejores y mana, al igual que de la bucólica fuentecilla del monte, el chorro de la ilusión que jamás cesa, ni se interrumpe, ni abdica». Parece que estuviera hablando del huevo que vamos a traer hasta estas líneas, ese juguete sexual inventado por un japonés (siempre los japoneses) con el que los varones experimentan un placer inenarrable. Y es que, según su creador, existía un vacío importante en el mercado de artilugios eróticos, que van enfocados siempre a la satisfacción femenina. ¿Será que las mujeres son más complicadas en este terreno? ¿Será que su cerebro, centro absoluto de sensaciones del cuerpo humano, tiene más aristas y que eso lo complica todo? Probablemente sí. Siempre he sostenido que ellos son mucho más básicos, como esas prendas sencillas y cómodas que tenemos en el armario: un pantalón negro y una camisa blanca de percal, la tela fina de algodón tan agradable de llevar. Sí, ellos son agradables de llevar y fáciles de satisfacer, aunque este huevo que hoy comentamos sea un pequeño artefacto lleno de sofisticación para ocasiones en que la soledad pesa y hace falta un poquito de ayuda. Se han vendido ya millones de unidades y su inventor está forrado. Creo que le llaman el hombre de los huevos de oro.
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