Retiro
Madrid: atracón de arte y buena mesa
Si lo que busca el viajero es una escapada otoñal, no tiene por qué ir muy lejos. Madrid le espera con los brazos abiertos. Y con una oferta de ocio y cultura que quita el hipo
Un fin de semana de tres días puede ser suficiente para escapar de la rutina. Y para descubrir, sin necesidad de cruzar fronteras ni ir demasiado lejos, todo lo que ofrece una gran ciudad. ¿Por qué no aprovechar la ocasión para explorar Madrid? Como si de un niño con zapatos nuevos se tratara, la capital española emociona al viajero, incluso hasta los más experimentados. Y no es de extrañar, pues arte a raudales, cultura en estado puro y gastronomía para todos los gustos se dan la mano con maestría, regalando al trotamundos un cúmulo de sensaciones que resulta imposible de olvidar.
Los tonos dorados que pintan cada árbol y las primeras hojas caídas en el suelo nos dan la bienvenida. El otoño es una estación idónea para destapar los entresijos de Madrid, y un paseo por El Retiro puede ser la primera parada para entender por qué. Sin prisas y con la única tarea de apreciar todos y cada uno de los sonidos que regala la naturaleza, las sensaciones de paz y sosiego son inconfundibles. Más allá del intenso tráfico, la cara serena de Madrid cautiva y embelesa.
Viaje cultural
Con el espíritu renovado, es el momento de iniciar la travesía cultural por Madrid. Unos metros más allá del Retiro, el gran Paseo del Arte nos aguarda. Adentrarse en el Museo del Prado, la pinacoteca más importante del mundo, es una obligación. Ahora, los apasionados de Renoir están de enhorabuena, ya que el museo expone desde el pasado martes una colección nunca vista antes en Europa.
Pero hay más, mucho más. En el Museo Reina Sofía nos espera el famoso Guernica de Picasso, aunque la gran sorpresa llega al pisar la ampliación del centro de arte. Respetuoso con la historia, el color rojo de las instalaciones diseñadas por Jean Nouvel lucha por atrapar nuestra mirada, aunque todo el protagonismo se lo lleva la gran escultura con la que nos topamo: «Brochazo», de Lichtenstein. Y si el arte puede contemplarse, también puede saborearse, pues aquí mismo se emplaza un restaurante de alta calidad cuyos platos están a la altura de las obras que aloja el museo.
CaixaForum, con su impresionante jardín vertical, alberga en su interior una exposición temporal sobre Dalí, Lorca y la vida en la Residencia de Estudiantes que no hay que perderse. La siguiente parada de tan apasionante viaje es el Museo Thyssen-Bornemisza, que maravilla con su colección permanente, que traza la historia de la pintura europea desde la Edad Media hasta finales del siglo XX. Aunque también hay hueco para la fotografía. Merece la pena detenerse en la exposición Todo o Nada del fotógrafo Mario Testino, en la que se muestran 54 instantáneas inéditas en nuestro país. Además, a partir del 16 de noviembre, la exposición Jardines Impresionistas será otra de las citas imprescindibles del museo. La sobredosis de arte que ofrece Madrid no podía ser más intensa. Y si nos animamos a volver a casa con un recuerdo único, cualquiera de las galerías de arte que salpican el barrio de las Letras o del barrio Salamanca son una estupenda alternativa.
Pero no todo el arte se ve en el interior de un museo. Y Madrid es buen ejemplo de ello. De hecho, la capital española está salpicada de grandes obras arquitectónicas que hacen de la urbe un museo al aire libre. Es el caso de las cuatro torres situadas en la Castellana, que dibujan el impresionante «skyline» madrileño. Una sugerencia: caminen bajo alguna de ellas. La sensación de hacerse diminuto es impactante.
Aunque el frío otoñal empieza a hacer mella en las calles, la capital hay que patearla. No hay que pasar por alto la ocasión para descubrir el mágico templo de Debod; salir de compras por la multitudinaria Gran Vía –engalanada por su centenario– o caminar por el Madrid de los Austrias hasta toparse con el monumental Palacio Real.
Con la boca llena
Y patear la ciudad significa, también, comérsela a bocados. El buen sabor de boca está asegurado, pues en Madrid la gastronomía es cultura. El mercado de San Miguel, a un paso de la vivaracha Plaza Mayor, es una de las sorprendentes incorporaciones gastronómicas de las que presume Madrid. Bajo una estructura de hierro de 1916, el viajero queda pasmado al olfatear, ver y saborear las mayores delicatessen que pueda imaginar.
El atracón continúa de bar en bar, con una cerveza en una mano y una tapa en la otra. Los más modernos deben descubrir los gastrobares, locales de diseño en los que la cocina de autor se pone al servicio de las típicas tapas. Estado Puro, Aris Bar o Le Cabrera son tres buenos ejemplos de ello. Pero estar a la última no es sinónimo de renunciar a la tradición, de ahí que Madrid ofrezca un infinito abanico de restaurantes centenarios que permiten al viajero degustar la cocina de toda la vida. Para algo más exclusivo, alguno de los nueve restaurantes que lucen estrella Michelin será el broche de oro perfecto. Todavía queda mucho en el tintero. Madrid está vivo, razón más que suficiente para regresar.
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