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Esperanza con orina limpia por José Luis Alvite

La Razón
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Creo que la verdadera talla política de Esperanza Aguirre no está descrita en los elogios de los suyos mejor de lo que aparece perfilada en la alegría con la que reciben sus detractores su renuncia. Si yo tuviese que admirarla por lo que se dice ella, prescindiría del halago de sus allegados y tomaría como referencia positiva el desprecio incluso grosero que en las redes sociales le manifiestan sus enemigos, como hago cuando para ir al cine elijo la película vapuleada con saña por los críticos más sesudos. Como jamás he sido votante del PP, hasta me puedo permitir el elogio caprichoso de la figura pública de Esperanza Aguirre y afirmar mi admiración por su pensamiento, incluida mi sincera gratitud por ejercer de mujer comprometida sin necesidad de salpicar el retrete por culpa de mear de pie, como les ocurre a esas feministas del nueve largo a las que tanto les cuesta ocultar el odio que sienten hacia las mujeres que cometen el horrible atrevimiento de ser más limpias que sus perros y más femeninas que sus padres y cruzan las piernas sin desprender un penetrante olor a pescado. Desde la distancia ideológica que me separa de ella, deseo manifestarle a Esperanza Aguirre el apoyo que creo que merece y lamentar que la derecha española pierda con su renuncia una voz tan honesta. Creo que sin su incómoda presencia, sus correligionarios del Gobierno cometerán más errores de los que hayan cometido, como sucede con el atleta que desiste de apretar en los últimos metros de la carrera porque no siente en la nuca el aliento de alguien que le estimule a esforzarse. Ahora la Esperanza caída ha de digerir las críticas de sus enemigos. Pero sospecho que lo verdaderamente terrible para ella será resistir con elegante estoicismo el falso homenaje de muchos de los suyos. Y luego se irá con la conciencia tranquila y la orina limpia…