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Medicina real contra la crisis

Cameron confía en que la celebración de la llegada al trono de la soberana ayude a salvar el déficit de 2012, mientras que los ciudadanos dicen que se divierten con los escándalos de la Familia Real 

Medicina real contra la crisis
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Ha protagonizado las bodas más pomposas y los divorcios más sonados. Cuenta con amantes que luego han acabado en princesas y casi todos, por no decir todos sus miembros (a excepción de la soberana) han estado salpicados por escándalos que han dado mucho juego a la prensa sensacionalista.

Pero, pese a todo, la familia real británica es hoy una de las más respetadas y admiradas a ambos lados del Atlántico. Los «royals» mueven masas y el año pasado su popularidad quedó demostrada con la boda de Guillermo y Catalina, actuales duques de Cambridge.
Millones de personas salieron a la calle para ver a la pareja en carruaje y 34 millones de espectadores vieron al menos una parte de la ceremonia a través de los televisores de sus casas.

Pues bien, este año también promete, porque la reina Isabel II celebra seis décadas en el trono. Los políticos no podían haber deseado una antesala mejor para los Juegos Olímpicos de Londres.

Los comercios se frotan las manos y los hoteles se preparan para la oleada de turistas. «La importancia de la monarquía es que es una institución inmutable en un mundo que cambia rápidamente. Es estable y está por encima de la política. El pueblo británico respeta a la reina más que a la propia monarquía. Es un hecho que hay un agujero negro financiero antes de los Juegos Olímpicos, pero el aniversario de la coronación llenará este vacío y la ciudad se llenará de turistas», comenta a LA RAZÓN Ingrid Seward, la editora de la prestigiosa revista «Majesty».

Dinero y escándalos
En efecto, Isabel II es una de las mujeres más respetadas y admiradas, no sólo del Reino Unido, sino también de Estados Unidos, donde, a falta de «royals», los americanos siempre han sentido debilidad por todo lo que tenga que ver con Buckingham Palace.

«A la gente le gusta saber de ellos, conocer todo lo que les ocurre», explica Dash, de la popular web «britishroyals». Y la peculiar forma de ocio no sólo se traduce en venta de revistas sino también en turismo.

Visit Britain asegura que la familia real es responsable de generar cada año 500 millones de libras gracias a gente de todo el mundo que viene atraída por los entresijos de Palacio. Claro que los detractores critican que la cifra está hinchada, ya que se incluyen, por ejemplo, las visitas a la Torre de Londres y, según dicen, muchos de los que acuden a ver los tesoros de Enrique VIII no son ni de lejos seguidores de los «royals» actuales.

Lo cierto es que hay muchos que consideran que las fastuosas celebraciones del 60 aniversario en el trono de la soberana –que además se unen con su 86 cumpleaños– traerán más pérdidas que ganancias.

El Gobierno aún no ha querido revelar los costes que supondrá la seguridad durante la celebración de los 60 años como Reina. No va a ser fácil asegurar la procesión de los 1.000 barcos que navegarán por el Támesis y los viajes que la reina y su marido realizarán por el país y por, al menos, 15 de las antiguas colonias que aún hoy tienen a Isabel II como jefa de Estado.

También hay preocupaciones por las consecuencias que va a tener en la economía los cuatro días festivos que se van a poner en el calendario. La Confederación de la Industria Británica estima que cada día adicional de vacaciones supone unas pérdidas de 6.000 millones de libras.

Claro que hay muchos otros expertos que prefieren ver la botella medio llena y apoyar sus teorías en otros números. Por ejemplo, los de Expedia que recientemente han publicado que entre el 25 y el 29 de abril de 2011 –día de la boda de Guillermo y Catalina– los hoteles registraron un 30 por ciento más de reservas que el año anterior.

Según Visit Britain, entre marzo y mayo del año pasado, el turismo se incrementó un 11 por ciento. Las visitas de los norteamericanos en este mismo periodo se incrementaron un 15 por ciento. ¿Casualidades? Parece que no. Y a nadie le extraña porque ya en 1981, el enlace entre Carlos y la desaparecida Lady Di fue una de las principales razones que daban los turistas para justificar su visita a Inglaterra.

Sin duda, Diana supuso una auténtica revolución para la familia real. Su boda con el príncipe de Gales fue seguida por 28,4 millones de telespectadores y su funeral por 32,1 millones. Dash señala que su muerte cambió mucho la imagen de los habitantes de Buckingham Palace. «La gente empezó a verlos como fríos y distantes. Muchos incluso llegaron a culparlos de su pérdida, pero con la llegada de Catalina la gente ha recuperado el entusiasmo. Ella ha traído la imagen de una nueva princesa», recalca.

En agosto de 1997, cuando Diana perdió la vida junto a su entonces pareja Dodi Al Fayed, la encuesta llevada a cabo por ICM mostró que casi la mitad de los británicos –un 48 por ciento– pensaba que el país podría estar peor sin monarquía. Hoy, la misma encuesta sitúa el porcentaje en el 62 por ciento lo que significa que el apoyo se ha incrementado 14 puntos. Actualmente, el 47 por ciento de la población considera a la familia real como un elemento de unión.

Pero ojo, cuando al británico se le pregunta por la familia sólo le viene a la cabeza unos cuantos nombres. «Los monárquicos apoyan a la Reina y los herederos más próximos, los demás son irrelevantes», afirma Dash. Y son éstos, los considerados «no relevantes», los que han protagonizado los escándalos más sonados. El experto, sin duda, es el segundo hijo de Isabel II.

«El príncipe Andrés es simplemente… el príncipe Andrés», dice Dash. Sus excentricidades nunca han pasado desapercibidas (coge un helicóptero para llegar a tiempo a sus partidos de golf) y su buena relación con su ex Sarah Ferguson (también especialista en follones), ha dado más de un quebradero de cabeza a su madre. Pero recientemente, el duque de York dio un paso más y sus amistades peligrosas fueron las protagonistas de los rotativos más serios.

La chispa comenzó con la revuelta Libia. La Prensa publicó la relación laboral especial que unía al heredero con el hijo de Gafadi. Se empezó a tirar del hilo y también se supo que tres meses antes de la caída del régimen tunecino, el príncipe agasajó con un banquete en el palacio de Buckingham a Sajer el Materi, yerno del depuesto presidente de ese país, Zin al Abidine ben Ali.

Por si el asunto no fuera suficiente, Ferguson también dio bastante de qué hablar cuando una cámara oculta la grabó pidiendo dinero a cambio de contactos de negocios con su ex marido. Por su parte, aunque Catalina tiene un currículum sin tachones, tampoco ha podido evitar que algunos de sus familiares, como el caso de su tío materno, metiera la pata cuando unos reporteros le grabaron fumando cocaína y fardando de tener línea directa con Buckingham Palace. «A la gente les encanta estos chismes. Pero ellos se recuperan de estos escándalos como las ‘‘celebrities"», recalca Dash.

Seward considera que esto no les afecta directamente, ya que no todos los miembros de la familia no gozan del mismo respeto. «El príncipe Andrés no es tan popular como el resto.

A la gente le puede no gustar, pero eso no significa que los británicos quieran una república», recalca. Consciente del gran tirón que ofrece la monarquía, sobre todo la reina, en los mentideros se ha especulado mucho de la coincidencia de su 60 aniversario en el trono y las últimas declaraciones realizadas por el primer ministro, Cameron, para meter prisa al ministro principal de Escocia para celebrar un referéndum sobre la independencia de la nación.

La pompa real podría hacer aflorar en los escoceses un sentimiento patriótico capaz de tirar por tierra los planes del líder nacionalista. Aunque Tim Leunig, del departamento de Historia Económica de la London School of Economics, duda de que la monarquía pueda llegar a ser utilizada con fines políticos. «Supongo, aunque no hay nada seguro, de que en el improbable caso de que Escocia se independizara, mantendría a la Reina como jefe de Estado, como lo es de Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica, y demás colonias».