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Mi cáncer VIII a volar por Paloma PEDRERO

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Estoy en casa. Mi médico me preguntó: ¿estás preparada para irte? Ahora mismo, le contesté, quiero comerme la vida despacito, pero ya. Me miró con su sonrisa socarrona y después le dijo a la enfermera: Alta. Enferma curada. ¡Dijo enferma curada! Soy una enferma curada. Es decir, ya no soy una enferma. Al menos no más que cualquiera, seres vulnerables que vivimos en mundos hostiles y cuerpos heridos. Todos andamos con la espada de Damocles encima, pero yo, queridos lectores, he vencido al cáncer. Como tantos. ¡Como se vence hoy al cáncer! Y es primavera. Las plantas brotan desbordantes y dan retoños. La luz se burla de la oscuridad y hace esplendorosos los días. Mi hija, a punto de cumplir trece, florece riéndose entre mis brazos. Ay, pienso, que no se puede crecer sin madre. Estoy viviendo todo lo que soñé durante esas setecientas y pico horas que pasé tumbada en una cama de hospital. Los quince días crueles en reanimación, esos en los que nunca dormía pero cerraba los ojos y me veía en la terraza de un bar con mis amigos, o planificando un viaje a un mar cercano, o paseando del brazo de mi compañero, o comiéndome a besos a mi niña… He deseado mucho vivir, y vivir era eso: estar con los que amo, en donde quiero, desde el aprecio. Escribir otra vez, con mi ordenador, para deciros que hemos vencido al bicho. Al mal bicho. En realidad, fue la complicación, la septicemia, lo que casi acaba conmigo, pero yo nunca pensé que me moría, yo sólo pensaba: el cuerpo no me funciona, la mente sí, y la mente esperará al cuerpo lo que haga falta. Hemos vencido, y digo hemos porque sois muchos los que me habéis regalado energía sanadora. No puedo nombraros a todos, pero estáis en mí. Mención especial a mi hermana Lola. Maravillosa cuidadora. A Carlos, mi pareja, y Robert, mi ex y padre de mi hija; uno en cada una de mis manos. Unidos, grandes, levantándome en cada caída. Minuto a minuto. Parte de mí. Con todos mis respetos: ¡Adiós cáncer! Vuelo.