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Nunca pasaría en España
«Es una vergüenza», me dice indignado un amigo originario de uno de esos lugares que, de manera convencional, son conocidos como repúblicas bananeras. «No sé a dónde vamos a llegar con la administración de justicia en mi país…». «Pero… ¿tan grave es?», le pregunto. «Tú dirás… Verás. Nosotros tenemos una corte de garantías constitucionales (CGC)…». «Sí», le digo, «el equivalente al Tribunal Constitucional en España». «Eso mismo», corrobora mi amigo. «Bueno, el caso es que acaban de cambiar al presidente y al vicepresidente y es para romper a llorar… Hace unos años, uno de nuestros gobiernos expropió por las bravas un holding de empresas. Fue un verdadero latrocinio como luego se supo a cuya sombra se hicieron fortunas inmensas. Pues bien ¿a que no sabes quién dio por bueno aquello?». Niego con la cabeza. «El que ahora es presidente de la CGC», me dice mi amigo. «¡Caramba!», se me escapa sorprendido. «Pero no acaba ahí todo. Por uno de esos milagros de la vida, unos años después condenaron a dos de los millonarios más importantes de mi país por una estafa de miles de millones de dólares. Se esperaba que fueran a la cárcel, pero cuando la causa llegó a la Corte Suprema, hubo un juez que se inventó una teoría que afirmaba que el delito había prescrito y nunca acabaron en prisión. ¿Sabes quién era ese juez?». «Pues… no». «Pues el nuevo presidente de la CGC». «¡Toma!», exclamo. «El partido de la expropiación», continúa mi amigo, «llevó al país a la ruina e incluso en un momento dado montó sus escuadrones de la muerte. Sin embargo, el presidente nunca fue juzgado. ¿Gracias a quién?». «Pues ni idea…». «Al nuevo presidente de la CGC», me dice mi amigo con lágrimas en los ojos. «Y ahí no acaba la cosa… Hace un lustro el partido que realizó aquella expropiación y nos llevó a la bancarrota regresó al poder. Ganó turbiamente las elecciones, pero ése es otro cantar. El caso es que una vez en la silla, el nuevo presidente decidió asegurarse la perpetuidad de mando aislando a la oposición y pactando con algunas fuerzas secesionistas incluidas las que practicaban el terrorismo. Como parte de ese plan, impulsó una nueva ley regional que consagraba el saqueo de la nación por parte de una de esas regiones». «No me lo puedo creer…», digo abrumado. «Como lo oyes. Naturalmente, el asunto llegó hasta la CGC y entonces se desató la batalla. Fíjate cómo estarían los ánimos que la vicepresidenta nacional llegó a abroncar a la presidenta de la CGC en plena calle». «¡Qué ordinaria! Ni que fuera un tío…», se me escapa. «No perdieron ocasión de jugar sucio. Fíjate que hasta los secesionistas pagaron a uno de los magistrados y al marido de la presidenta de la CGC…». «¡Dios bendito!», exclamo escandalizado. «El caso es que en ese enfrentamiento entre la legalidad constitucional y el presidente nacional hubo magistrados que llegaron a decir que una CGC no podía invalidar una ley y, al final, lograron que saliera adelante el atropello y ¿sabes quién fue uno de los protagonistas?». «Me sospecho que el nuevo presidente de la CGC», respondo. «Exacto», me dice mi amigo y añade: «¿Y a ti qué te parece?». «Hombre», contesto, «no te ofendas, pero eso sólo sucede en repúblicas bananeras. Nunca pasaría en España».
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