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Música maldita

La Razón
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Estamos en tiempo de reclamaciones, pero no todas tienen que ser graves, también las puede haber algo más banales, aunque no desdeñables. Mi reclamación es bien justa y pronto lo van ustedes a ver, si me leen con algo de paciencia y atención.

Hasta el mejor cine se está volviendo malo, por su desastrosa sonorización, invasora, conductiva, inductiva, machacona, vulgar, inoportuna... Todo tipo de escena se anuncia, se glosa, se subraya con la música o los sonidos que intentan encauzar nuestras emociones. Apenas comienzan unos primeros planos, la música nos impone la entidad dramática de aquello que sólo comenzamos a ver: –«Señores, ahora toca que tembléis de miedo: ¡Buuh….!». – «Esta musiquilla tan loca, os invita a torceros de risa». –«Ya se ve lo romántica que "va a ser"esta escena, escuchando a este violín gimiente»…

Consideren ustedes los estruendos que acompañan las luchas a espada o las persecuciones en coche, los himnos pindáricos –con acompañamiento de orquesta– que ilustran los grandes planos de masas militares, dispuestas a «batirse el cobre». Una película de misterio está más llena de «ruidos sospechosos» y de músicas intimidantes que de sucesos tremebundos, y cuando estos se producen, el estruendo ya es espantoso.

En estas dichosas películas todo suena con intención de sugestionarnos: los picaportes, los papeles, los pasos de unos y otros, las conversaciones de la acera de enfrente y, finalmente, toda clase de sobresaltos y sustos sonoros, para animar y conducir a la congregación de los fieles.

¡Qué cosa tan falsa, tan vulgar, tan deleznablemente efectista! No quiero señalar a algunos alabados cineastas españoles, que incurren en esta deshonrosa convención, pero debieran echar la vista a atrás y ver cómo se administraba el sonido en mejores tiempos, la música de Prokofiev o de Max Steiner, las sonorizaciones originales de Ford o de Huston. Ahora se sonoriza una película como si se le echara el pienso a una caballería. Ya no hay diálogo sin musiquilla y sin ruiditos colaterales, los ingenieros de sonido parecen atacados de los nervios y unos alérgicos al silencio. Ahora me explico la atracción que supone el teatro, en donde los silencios son más expresivos que las musiquillas y los rataplanes que ocupan los «supuestos» silencios cinematográficos. ¡Qué impertinencia, qué falta de tacto y qué poco artístico en el fondo!

Sin ejercer una severa selectividad de los efectos, cualquier espectáculo es un barullo, un alarde estúpido. Al espectador se le conduce, no se le zarandea y se le hostiga con toda esa acumulación de recursos. Lo directores modernos dan la sensación de ser unos «nuevos ricos» de la técnica, porque la aplican sin discriminación alguna. –«A mi película, que no le falte de nada». Sí, sí, sobre todo una sonorización adecuada. Pero aquello que entiende por «lo adecuado» este director es precisamente lo que estamos criticando, ese atraco auditivo, esa contaminación sonora.

No entiendo cómo los críticos de cine están tan sordos o son tan resignados y convencionales. Capaces de elogiar con ditirambos una película en la que muchos espectadores con sensibilidad estética han notado lo impertinente, lo hortera, lo ordinario de sus efectos sonoros y de su inevitable música de acompañamiento.

Y hablo de ordinariez porque la televisión le pone música comentarista y descriptiva a todo, y tenemos que abstraernos de esa convención, como el que oye llover. Parece que la comunicación verbal a palo seco ahuyenta a los espectadores más elementales. Esa es la opinión que tienen del público los nuevos directores de cine, que todos somos elementales y primitivos, que somos un rebaño conductible a grito pelado y con ayuda de perros guardianes que marcan el camino, asediando a estos pobres borregos, que pagamos la entrada a una sala de proyección. ¿Por quiénes nos han tomado estos señores? ¿Que somos una masa de lerdos, de párvulos, de retrasados mentales, a la que se le sugestiona y conduce tan fácilmente? Son ellos los que hacen el ridículo, por lo vulgares y convencionales. Que se miren en el espejo este moco, que le cuelga a la sonorización de sus películas.