España
La vida de los otros por Agustín de Grado
Garzón autorizó «prácticas que en los tiempos actuales sólo se encuentran en los regímenes totalitarios en los que todo se considera válido para obtener la información que interesa». Imposible no evocar con la lectura de este párrafo de la sentencia aquella espléndida película, «La vida de los otros», que hace unos años reconstruyó el estado policial de la Alemania comunista, sin una parcela de intimidad ajena a las escuchas del Gran Hermano totalitario. Afortunadamente, España es hoy un país de libertades. Es lo que ha permitido que el juez que pretendía ser la encarnación de la justicia universal y los derechos humanos sea condenado por violar mediante espionaje el derecho a la defensa, espina dorsal de un régimen de garantías constitucionales.
La sentencia es demoledora para la reputación de Garzón. Sólo desde el sectarismo podrá ya ser reivindicado. Como si de un alumno de primero de carrera se tratara, los siete magistrados del Supremo recuerdan a Garzón algo elemental: «El poder judicial se legitima por la aplicación de la Ley a la que un juez está sujeto, no por la imposición de sus potestades». Vamos, que la santa voluntad de un juez, por muy estrella que sea, tiene límites: los de la ley. Demuestran cómo la justificación de Garzón para autorizar el espionaje no fue una interpretación errada de la Ley. Sencillamente prevaricó, ya que «ninguno de los métodos de interpretación del derecho usualmente admitidos» le permitían concluir «de forma razonada» que era posible restringir el derecho de la defensa de tal forma. En algún momento de su carrera, Garzón olvidó a Montesquieu («Una injusticia cometida con un individuo es una amenaza para toda la sociedad»). Ahora está fuera de la judicatura por méritos propios. Gran noticia para nuestras libertades. Todos hemos sido protegidos.
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