Europa

Berlín

Una UE dividida por la crisis

La política europea de la canciller ha aumentado la brecha entre los países del norte y del sur

«Merkozy» ha muerto y «Merkollande» aún no ha logrado arrancar. La derrota electoral de Nicolas Sarkozy y la llegada al Elíseo del socialista François Hollande hace ahora seis meses han debilitado el eje franco-alemán y aumentado la brecha entre el norte de Europa (protestante, rico y austero) y el sur (católico, pobre y despilfarrador) abierta tras el estallido de la crisis del euro. Lejos quedan ya aquellas cumbres de la UE (y ya van 22 desde el comienzo de la crisis en 2008) en las que París y Berlín cocinaban una propuesta común que servían después a sus socios. Ahora, Merkel y Hollande no ocultan sus diferencias. Mientras que la canciller alemana se ha aliado con sus vecinos triple A (Finlandia, Países Bajos, Austria y Luxemburgo), el presidente francés ha preferido erigirse como paladín de los intereses de los países mediterráneos en Bruselas. El reciente Consejo Europeo fue escenario del último choque de trenes entre el «núcleo duro» y el «Club Med». París quería avanzar en la unión bancaria y Berlín la aparcó a 2014 para centrarse en el pacto fiscal y la coordinación presupuestaria. La austeridad que ahoga al sur y profundiza su recesión es vista en Alemania y sus socios como la receta necesaria para que cada uno apechugue con sus deudas sin recurrir a la solidaridad de los países ricos. Con una fuerte oposición antieuropea en sus parlamentos, los gobiernos de Austria, Finlandia y Países Bajos deben mostrarse beligerantes en la defensa de los intereses de sus contribuyentes. Del mismo modo, «Frau Merkel» está empeñada en frenar nuevos rescates hasta las elecciones de septiembre de 2013.

Francia: Enemigo de la ortodoxia fiscal
El cambio de Gobierno y de signo político en Francia ha supuesto una redefinición de las relaciones entre París y Berlín. Con una recién adquirida legitimidad, el socialista François Hollande establecía las bases de la nueva relación: una suerte de «desacuerdo cordial». Arrimándose a España e Italia, el presidente galo ponía fin al duopolio imperante hasta entonces. En ellos ha encontrado dos socios esenciales para sacar adelante el pacto por el crecimiento aprobado en junio. En contrapartida, Hollande ha tenido que aceptar la «regla de oro» del déficit y un pacto fiscal que finalmente no ha renegociado, pues jurídicamente no se ha movido ni una coma. Alemania ya no es el único interlocutor privilegiado e incluso Hollande no duda en reunirse con sus colegas socialdemócratas alemanes del SPD antes de recibir a la canciller, con quien, de todos modos, evita la guerra abierta y el enfrentamiento frontal. Adalid del crecimiento, el francés sigue rechazando la ortodoxia presupuestaria de Merkel como única palanca. Hollande antepone avanzar en la unión bancaria y la aplicación cuanto antes de los mecanismos para recapitalizar directamente a las entidades europeas que lo necesiten. La mutualización de las deudas que reclama París es otro punto de fricción con el vecino alemán. Numerosas divergencias que no impiden que un acuerdo acabe imponiéndose aunque no sin concesiones por ambas partes. Es la nueva norma que rige entre ambos socios. Dos aliados necesarios y condenados a entenderse. En lo personal, el trato también ha cambiado para alivio de la canciller, que apenas apreciaba la cercanía táctil y efusiva de Nicolas Sarkozy. En las nuevas relaciones franco-alemanas no hay lugar para lo afectivo ni lo personal. Y el antagonismo ideológico que los separa también ayuda. Más que nunca esas relaciones se construyen sobre una base puramente política y diplomática, de exigencias e intereses, concesiones y compromisos, con una permanente lucha de fuerzas como telón de fondo.

Italia: Una unión bancaria ya
En las dos citas más importantes de los últimos meses –los Consejos Europeos de junio y el de este mes–, Mario Monti ha negociado con dureza con Merkel y con los países satélites de Berlín (Austria o Finlandia) para que se ponga en marcha la unión bancaria y fiscal europea. En junio, junto a Rajoy y Hollande, logró el compromiso de la canciller en este campo y, este mes, dadas las trabas puestas por Alemania para su puesta en marcha, no ha tenido empacho en criticarla y en negarse a la creación de un nuevo comisario europeo con poder de veto sobre los presupuestos nacionales, como quería Merkel.
A Monti no le valen las excusas que pone Berlín sobre las supuestas reticencias de los electores alemanes para apoyar estas transferencias de soberanía a Europa. En todas las naciones de la UE, recordó el primer ministro, se celebran elecciones, hay un Parlamento y un Tribunal Constitucional, donde tienen repercusión las decisiones de Bruselas. «En países como Alemania habría que hacer el esfuerzo de explicar que el elector es una característica incómoda de este sistema, pero el elector está en todos los países», comentó Monti con su habitual ironía. «Sería importante que en Alemania se detallaran los beneficios que las empresas, los bancos y los ciudadanos obtienen de un gran mercado abierto y de una moneda única que evita especulaciones», se permitió el italiano recomendar a los políticos germanos, lamentando que no utilicen estos argumentos para convencer a sus ciudadanos de las bondades de la UE.
 

Gran Bretaña: Recuperar más soberanía
Para limar asperezas, la canciller alemana visitará Londres a principios de noviembre. Aunque los dos saben muy bien lo que piensa la otra parte, porque desde agosto han estado lanzándose mensajes subliminales. Esta misma semana el responsable de la diplomacia británica, William Hague, comunicó en Berlín que la desilusión pública de Reino Unido con respecto a la UE «es más profunda que nunca». «Los británicos consideran a la UE como un proceso unidireccional, una gran máquina que succiona la toma de decisiones de los parlamentos nacionales –dijo–. Si no lo podemos cambiar, el sistema se volverá insostenible democráticamente». La cuestión política, por tanto, quedaba clara. En lo que respecta a la cuestión económica, aún queda mucho por hablar. Cameron ha mostrado cierta flexibilidad en su enfoque ante las negociaciones del presupuesto diciendo que estaba dispuesto a considerar un aumento de aproximadamente 25.000 millones de euros. Esto supone 79.000 millones de euros menos del billón que propone la Comisión Europea. Y aunque es cierto que Merkel tampoco está de acuerdo con la cifra, sí que se muestra más generosa que Reino Unido.
 Y aquí está el quid del problema. Herman van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, ha amenazado con cancelar la cumbre si el primer ministro ya va con la idea preconcebida de ejercer su derecho a veto. A nadie le gustaría perder el tiempo durante dos días para que luego no se llegara a ningún acuerdo y el líder «tory» ya dejó claro el año pasado que no le importaba ir por libre cuando vetó un tratado que dejó a Reino Unido fuera del pacto fiscal y económico europeo. Downing Street aún no ha puesto sus cartas sobre la mesa. El «premier» tiene que mostrar a los suyos que sigue garantizando los intereses de la City, pero a Merkel se le está agotando la paciencia. Así que es muy posible que durante el té que se tomen la primera semana de noviembre salten chispas.