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Economía submarinista
Probablemente, este año aumentará la economía sumergida pese a que el Gobierno trate de atajarla mediante la exigencia o la amenaza fiscal. Hay maneras «incentivadoras» de disminuir el fraude, más liberales. No se contemplan, aparentemente. En una sociedad deprimida –no sólo en lo económico– la represión impositiva hará que muchos ciudadanos justifiquen más que nunca la defraudación desde un punto de vista moral. Algunos contribuyentes, los de siempre, no escaparán vivos al ansia de la Hacienda Pública. Otros harán lo posible por eludir la voracidad recaudatoria del fisco. La recesión –y la democratización de la tecnología, la comunicación global– está produciendo un movimiento de desapego, sin precedentes históricos, entre el ciudadano y la cosa pública. Una parte del electorado se refugia en posturas ideológicas extremas, pero la mayoría sencillamente «pasa». Los representantes políticos de Occidente, después de varios años de demostrada incompetencia para controlar la situación, no cuentan con la confianza ciega que antaño ofrecían «las masas» a sus líderes. Aunque todos seamos –en distinta medida– responsables del desastre, los políticos, cuyo cometido es gestionarlo, han fallado estrepitosamente y son mirados con recelo cuando exigen más y más sacrificios sin ofrecer nada a cambio. Impuestos, multas, comisiones, intereses, tarifas concertadas... nos están cayendo encima como palos sobre una estera que, lejos de limpiarla, la acaban de estropear. Nadie está administrando el tránsito violento que sufrimos por pasar de ser viejas economías industriales productoras de bienes a, probablemente, economías de servicios (¿Europa como parque temático?). Ningún político es capaz de ver la nueva sociedad que está surgiendo, y su inédita división del trabajo. Nadie está pensando sobre qué es el dinero y qué la riqueza… El único objetivo parece recaudar. Mal plan, si es el único que tienen.
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