La Habana
Y los intelectuales por José Clemente
Vivimos momentos de gran incertidumbre política y económica que nos retrotraen a tiempos pretéritos, en algunos aspectos similares (salvando la distancia) a los de 1898, con una sociedad anclada en el viejo sueño colonial cuando hacía mucho tiempo que ya no lo era; un modelo productivo obsoleto y sangrante, por no decir casi esclavista en los territorios de ultramar; una clase política desahuciada por el pueblo que padecía una gran miseria y que rechazaba a sus dirigentes, pese a que la Regencia de María Cristina de Habsburgo y la presidencia del Gobierno compartida entre Cánovas y Sagasta buscaron en todo momento lo mejor para los españoles; una injusticia social galopante y un resurgir del nacionalismo en Cataluña y País Vasco que los gobernantes no supieron o no pudieron cortocircuitar a tiempo. Todo ello hizo que el pueblo español viera colmado el vaso de su paciencia, aún más agravado con el asesinato de Cánovas a manos de un anarquista italiano y el hundimiento del acorazado Maine en el puerto de La Habana, y que nos llevó inexorablemente a la pérdida de las últimas posesiones coloniales de España en Cuba, Guam, Puerto Rico y Filipinas. No hubo entonces movilizaciones de ningún tipo ni protesta alguna contra los gobernantes, como si el pueblo español diera por bueno que de una clase política como aquella no se podía esperar otra cosa. Y la apatía, el hundimiento general, el abatimiento y la crisis económica se encargaron de hacer el resto. Tal fue la pérdida de ánimo del pueblo español en esos momentos que un grupo de intelectuales de la época (Azorín, Baroja, Ganivet, Valle-Inclán, Maeztu, Machado, Unamuno y muchos otros), la llamada «generación del 98», tomó el testigo de los políticos y se puso manos a la obra para recuperar el espíritu perdido. Había que devolver a los españoles el orgullo de ser lo que eran y a ello dedicaron no pocos esfuerzos. Nuestro vecino poeta de Orihuela, Miguel Hernández, aún no había nacido, pero escribió unos versos que bien ilustran el ideario de la «generación del 98» en esos momentos: «¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza?/¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas/ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula?» (Vientos del pueblo, 1937). Pese a todo el hundimiento era tan profundo y extendido que la labor de nuestros intelectuales se vio minimizada, aunque algo hizo. Por eso me pregunto ahora: ¿Dónde están los intelectuales?
Decía que vivimos tiempos similares, al menos en lo tocante a la credibilidad de la clase política, la injusticia social, el decaimiento generalizado, la crisis y la necesidad de reformas para levantar una España distinta a la que hemos tenido hasta ahora. Y no me olvido, sino que lo dejo como elemento característico de la situación política, el renacer nacionalista, por si no tuviéramos ya bastante con el catálogo expuesto. Y es este elemento, junto a un Gobierno titubeante, los que pueden hacer zozobrar el barco hasta hundirlo. De la crisis saldremos, de la ruptura de España no. En lo primero hemos perdido unos meses muy valiosos, y ante el reto de los nacionalismos hay que actuar y convencer, con pedagogía, pero cantando las verdades del barquero, como hizo Jordi González el sábado en su programa de Tele 5 «El gran debate».
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