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Un nuevo modelo por José María Marco
Durante mucho tiempo, los países europeos han vivido en la creencia de que la esfera productiva iba por un lado y el Estado podía aplicar cualquier decisión de redistribución de la riqueza que la primera produjera. Esta utopía convirtió a Europa, incluida Gran Bretaña, en el último paraíso de la redistribución socialista. Como consecuencia, la esfera productiva se ha colapsado y con ella el flujo de riqueza que los estados absorbían para redistribuirla según criterios políticos. Los estados ya no pueden seguir explotando, como han venido haciendo a las empresas, a los autónomos, a los trabajadores. Los ingresos de los gobiernos se han reducido de forma dramática, aunque no sus gastos. La consecuencia es la gigantesca crisis de deuda que está asfixiando la vida de los países europeos.
Estamos asistiendo al final de un modelo económico, pero también social y moral. Hablamos mucho de austeridad, de sostenibilidad, de recortes… Habrá que empezar a hacerse a la idea de que muchos de los comportamientos que nos han servido hasta aquí, y que no hemos abandonado todavía, ya no sirven y probablemente nos condenan a un período mucho más largo de penuria. En otras palabras: no se va a restaurar la situación anterior, y la salida de la crisis no atañe sólo a quienes tienen capacidad de decisión política. Afecta a todo el mundo y alcanza a nuestra forma de vivir y a la forma en la que trabajamos, en la que contemplamos el futuro, en la que nos relacionamos con los demás.
Una de las grandes ilusiones que se están derrumbando es la de la seguridad completa. A todos los niveles, además. Europa es una zona lo bastante importante como para arrastrar a la crisis a toda la economía mundial, pero si salimos de esta, nos encontraremos un panorama muy distinto. Habremos dejado de ser un modelo, incluso en términos de vida sofisticada y amable, que parece ser la última baza de Europa. Tendremos competidores económicos, y también competidores en cuanto al sistema político: la democracia liberal ya no resulta tan atractiva como antes. En consecuencia, crecerán los riesgos exteriores. Es posible que acabemos pagando muy caro, y dentro de no mucho tiempo, los drásticos recortes que se han hecho, y que se siguen haciendo, en seguridad y defensa.
La ilusión de la seguridad completa era también interna. Habíamos llegado a creer en un Estado que se pudiera hacer cargo de toda nuestra vida, desde el nacimiento a la sepultura. Pensábamos que teníamos garantizado el progreso permanente, y que este se traducía en menos trabajo, mayor nivel de vida, más acceso a bienes que a su vez eran cada vez más baratos. La crisis ha pulverizado esta gran ilusión. Nada de lo que hasta hace tres años parecía garantizado lo está ahora. El cambio tendrá consecuencias profundas en varios aspectos.
Uno de ellos es que el Estado no puede seguir suministrando los servicios que ha dado hasta ahora. Tendrá que volver a lo básico: la seguridad, la defensa, la ley y algunos programas del Estado de Bienestar. Los políticos perderán poder y, como no parecen muy dispuestos a hacerlo, se entiende que sean vistos como uno de los principales problemas de la sociedad actual. Por otro lado, nos encontramos –nos estamos encontrando ya– con la necesidad de tomar nuevas decisiones por nuestra cuenta. Esto crea nuevos desafíos a la hora de vertebrar una sociedad que ya no podrá depender de los gobiernos. Instituciones de las que los europeos han creído poder prescindir cobrarán ahora una nueva relevancia. La familia, la religión, la nación son algunos de los elementos básicos que permitirán restaurar la confianza, la compasión, la solidaridad.
La paradoja en este punto es que la cultura oficial de los gobiernos, la cultura estatal, ha hecho suyo un discurso hipercrítico hacia estas instituciones. Lo que se difunde en los centros de enseñanza, en la cultura subvencionada, en la propaganda oficial (con independencia del color político), es un auténtico lavado de cerebro anticultural. Si se comprende esto, se entiende también cómo hemos llegado a este punto y qué es lo que hay que empezar a hacer para salir de él.
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