Córdoba
Sí falta educación por Ángela Vallvey
Siete meses después, las noticias siguen recordando la escalofriante desaparición de los niños de Córdoba, Ruth y José. Creo que es muy bueno, resulta esperanzador incluso, que la sociedad española sea tan sensible a la violencia, sobre todo a la ejercida sobre los niños y los más débiles. En EEUU, por ejemplo, desaparecen cientos de niños que, al cabo, terminan siendo olvidados pese a que sus caritas continúen sonriendo durante décadas desde un cartón de leche. Un policía me dijo una vez que España es uno de los países con menos delitos de sangre. La alarma social que generan los delitos de este tipo hace de la nuestra una sociedad que –independientemente de que las leyes sean más o menos laxas– ejerce un férreo control social en forma de rechazo a los violentos, a quienes resulta muy difícil prosperar en comunidad. La violencia en su máxima expresión, la de sangre, es rehusada y condenada por aclamación, y yo creo que eso es saludable y socialmente muy avanzado.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con esa otra violencia de baja intensidad pero altísimamente corrosiva que suele ser vehículo de un odio irracional –en cuanto a que el odiado puede ser alguien al que ni siquiera conoce personalmente el odiador–, que se expresa por medio de la amenaza y el matonismo verbal y que tiene como objetivo el amedrentamiento y la anulación del «otro».
Pienso todo esto mientras leo que el director de éste periódico, Francisco Marhuenda, ha recibido miles de mensajes de baja estofa en los que se insulta y amenaza gravemente a su familia, y a él mismo, a propósito de una portada de La Razón que venía a decir que si un estudiante levanta mucho el puño no puede, a la vez, hincar mucho el codo.
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