Conciliación

El cagaprisas autóctono por María José Navarro

 
 larazon

Mis queridos niños: tal y como os prometí, hoy vamos a hablar del cagaprisas, concretamente, del español, que es muchísimo más cargante que los del resto del hemisferio norte, quitando a los orientales, que siempre van a saltitos. Y nos vamos a referir a los patrios, a los cagaprisas patrios, queridas criaturas, porque muchos de vosotros los tenéis desafortunadamente en casa, y son vuestros padres. O sois vosotros. Noniano noniano. No es que las madres no vayan a una marcha o dos más de las aconsejables (que las hay y muy jartibles y esas mujeres no se relajan más que a base de claras con Casera y tiramisú), pero es que lo de los padres de familia españoles cagaprisas es un clamor. Cuidado, ojo, porque el cagaprisas lo niega y acostumbra a proclamar que lo tiene todo controlado. Menudo soy yo, ja, que soy un fenómeno de la velocidad, que llego a todos lados «desahogao».

Ese hombre, el citado cagaprisas, ha hecho Valladolid-Mazarrón todos los uno y los quince de agosto desde hace doce años, justamente los que han transcurrido desde aquella esclava adquisición en la playa para que disfruten los niños, y se ha puesto los doce años, a la ida y a la vuelta, tenso como una vara verde. Tenso dos semanas antes de la ida, nervioso siete días antes e insoportable cuando faltan tres, imaginando, ese padre de familia, el tráfico, el calor, la turra de la parte trasera y el retraso de siempre para poder meter a la prole con el cinturón sin que haya llantos y drama. Tenso también desde la llegada al apartamento: siempre hay algo que no funciona y eso ya abre la caja de los truenos del español cansino que lo que quiere de verdad es volver, regresar, estarse en su casa y en su sofá y a los niños que se los lleven los abuelos. El cagaprisas doméstico sale de viaje a las cuatro de la mañana, no desbebe, no come, no para aunque tenga que operarse de la vejiga y ponérsela de titanio, y además hace cuentas de cuántos minutos podrá descontar en su carrera particular y en su coche lleno de «gadgets» para ser el más rápido del bloque. Ese hacha del agobio prefiere volver un viernes y perderse dos días en el apartamento. Le pasa lo mismo si la salida es únicamente de fin de semana: a las dos menos diez pide a un compañero que le cubra para quitarse los atascos. Y se vuelve el domingo por la mañana bien temprano y de noche aún. Si va en tren, da paseos. Si va en avión, resopla. Maldice. Y en la cola de la facturación le deja al de delante los tobillos con el sello de la ganadería del carrito de las maletas. Y normalmente lleva bermuda y náutico. Y una pulserita de España. Una alhaja, nenes