Zaragoza

Raúl

La Razón
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Recuerdo aquella tarde fresca y otoñal en Zaragoza, en el antiguo Corona de Aragón. Don Pedro me dijo entonces: «Con mi hijo no te equivocas, es pata negra». Tres horas después, el hijo de don Pedro falló lo infalible pero, el sábado siguiente, contra el Atlético, del que procedía, inició una carrera de números y goles que merecen el respeto de la historia. Sus errores en La Romareda se convirtieron en anecdótico inicio de un final feliz.

Ahora, lejos de casa, mantiene su carácter ganador y las ansias por pervivir en los libros de récords. Ha gobernado su destino, ha tomado decisiones difíciles y ha emigrado después de los treinta a un club modesto, especialmente si lo comparamos con el Real Madrid, y rodeado de compañeros que han brillado muy lejos de la aureola del gran capitán blanco. Humildad, discreción, prudencia, serenidad, inteligencia, liderazgo. Respeto ganado.

Decía Tito Livio, hablando de Viriato, que se había forjado de pastor a cazador y soldado, con extraordinarias dotes de mando, siempre expuesto en los terrenos del peligro y justo en el reparto del botín. El hijo de don Pedro, el niño que llegó del barrio más humilde, ha llevado al Schalke a su territorio, al peligro y al botín que, como el pastor lusitano que se enfrentó a los romanos, comparte de forma mancomunada.

Cuando marcó en San Siro el gol al Inter, no pude evitar una callada sonrisa. Sigue siendo él. Pata negra. Un Viriato del siglo XXI, guerrero, táctico, estratégico, luchador, soldado, pastor en el área del peligro a la caza de su botín. Raúl regresará algún día y su leyenda se habrá agigantado todavía más. Don Pedro no se equivocó aquella tarde zaragozana, y me alegro.