Londres
La ceremonia tortura para atletas por Julián García Candau
Las ceremonias inaugurales de los Juegos Olímpicos se han convertido en tortura para los deportistas. En Londres, el magno espectáculo montado por los organizadores comenzó el viernes y acabó el día siguiente. La antorcha olímpica no fue encendida hasta las 00:30 horas del sábado. Durante cuatro horas, los deportistas asistentes tuvieron que soportar plantón suficiente para llegar a los entrenamientos sabatinos con el cansancio en el cuerpo. El permanente aumento del programa, que ya comienza dos días antes de la apertura oficial, obliga a que muchos participantes, pese a su ilusión, se pierdan el desfile. Ya son muchos los atletas que se quedan en la Villa Olímpica y ven por televisión la entusiasmante ceremonia que ninguno de ellos quisiera perderse.
Estos actos han ido en aumento con la concesión de sedes a países que necesitan reivindicarse mundialmente, como en el caso de China, o epatar al mundo cual ha ocurrido en Londres. Las ceremonias eran motivo para mostrar alguna peculiaridad cultural de la ciudad o el país y el objetivo fundamental eran los discursos del presidente del comité organizador y el del COI. Naturalmente, la esencia estaba en el juramento que hacían deportistas y jueces. Ahora, el argumento principal de la película ha quedado en segundo plano. Los atletas son la figuración. No son siquiera actores secundarios salvo cuando por la magnitud de la delegación o el colorido de las vestimentas se presta atención a su paso.
Londres ha invertido 35 millones de euros en el magno espectáculo. Ha complacido a las cadenas de televisión que pagan generosamente los derechos de imagen porque han llenado cuatro horas de programación, pero la sobreabundancia tal vez ha sido excesiva. Aguantar hasta las dos de la madrugada en España exigía mucha complacencia. En Londres se pasó de la muestra bucólica de su campiña a los cortos televisivos. Con todo, los directores de la función no tuvieron intenciones políticas en los distintos momentos de la función salvo que el «show» de las enfermeras se entendiera como protesta hacia la Sanidad británica. Al menos se dice que no gustó al primer ministro David Cameron.
El espectáculo londinense fue respuesta artística a lo presenciado en Pekín, donde los miles de participantes tuvieron, en muchos aspectos, impacto militarista. Seúl también mandó su mensaje de dictadura soportable. En México, en 1968, ya se puso el listón alto. No obstante, Múnich y Montreal lo rebajaron. Moscú también quiso hacer propaganda aunque causó impacto entre los niños las lágrimas del osito Misha. En Los Ángeles no hubo espectáculo muy a lo Hollywood como podía presumirse.
Los organizadores de los Juegos han establecido un sistema en el que parece que es la primera medalla de oro en juego y hay que ganarla. Las ceremonias han dejado de ser un acompañamiento de los Juegos. Ya son casi la primera expresión que ha de retratar a la ciudad sede. Londres se ha excedido, pero tal vez en su espíritu ha estado el deseo de representar la excelencia global de la Commonwealth. El Imperio.
Invencibles
No somos invencibles. El fútbol ha creado optimistas viscerales. Creen que los españoles estamos capacitados para ganar en todo. Cayó la Selección contra Japón y nos rebajó los humos. Ahora le toca a la de baloncesto, que tendrá en China adversario para sudar. El equipo ha ganado todos sus amistosos excepto a Estados Unidos, que nos puso los pies en el suelo. Nos conviene.
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