Andalucía
Griñán el violinista
El problema del PSOE es que no termina de entender cuál es la situación y, más concretamente, la gravedad de la situación. Cuando uno confunde la tripa de un gato con la cuerda de un Stradivarius es imposible, al final, pretender que de allí salga un poco de música. La cosa no puede sonar. Es imposible. No hay manera de acertar a encontrarle el tacto al instrumento ni de saber siquiera qué demonios es lo que se trae uno entre manos. Al PSOE andaluz hace tiempo que le viene pasando algo parecido. Primero creyó que el distanciamiento social que se estaba produciendo era una simple cuestión de aproximación terminológica. «Llamadme Pepe», dijo entonces Griñán y fue ésa toda la solución, eliminadas las fanfarrias y las tripas de gato, con la que se zanjó el asunto. Más tarde fue la negación de la cruda realidad mediante falaces ejercicios de prestidigitación semántica: «¿Cuál es la noticia?», se ha espetado a los periodistas ante los flagrantes casos de corrupción, o bien, que son «oferentes de empleo» y no desgraciados parados quienes hacen cola a diario a la puerta del Inem, por poner solo dos ejemplos. Ahora, se proponen mantener reuniones con determinados colectivos con la intención de extender la impresión de que todavía es posible participar en la vida pública y de que, ocurra lo que nos ocurra en el futuro más próximo, será fruto de la decisión de todos, o sea, un artificio más para seguir con la misma música pero sin variar siquiera los instrumentos.
Ya sé que la gente lo que quiere oir son violines y que no todos son capaces de apreciar la extraordinaria belleza del restriegue de un garrote sobre un pellejo animal, pero otra cosa es que se nos intente convencer de que aquello que suena es música y que además no se trata del repertorio de siempre. Hoy precisamente se producen, a la misma hora, dos de esos magníficos conciertos. Mientras el solista mayor de Moncloa les está tocando una sinfonía de garrote y martillo a los empresarios del Reino, Griñán ha decidido estrujar las meninges a los representantes de la cultura y los profesores de universidad con la intención, ha dicho, de conseguir ideas para el desarrollo de Andalucía. Todos saben que en realidad se trata de consumirles su tiempo para impedir que lo aprovechen oyendo a otros solistas pero es que, lo que les espera además, es lo mismo que les han dado a los funcionarios andaluces: primero decreto y después garrotazo. Hay a quien a eso le llama música, pero es evidente que empieza a ser mayoría quienes prefieren que se vayan a tocarla a otra parte.
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