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La otra noche, saliendo de casa de unos amigos en Riaza después de una soberbia barbacoa, escuchamos un ruido alrededor de unas bolsas de basura. Será un gato, pensamos. La sorpresa fue mayúscula: era un zorro. Un zorrito maravilloso. Y muy descarado el tío. Al día siguiente, transitando por un camino rural, otra sorpresa. Un corzo. Decía Miguel Delibes que no era buena señal encontrárselos cerca de los senderos habituales del hombre, pero a mí me pareció sumamente emocionante aquella forma de saltar, casi a cámara lenta. Pasados unos minutos, apareció una perdiz. Una perdiz delante del coche. Y echó a correr. Ya saben Vds. que las perdices son gente que corretea de manera muy graciosa y con muchísima prisa, así que nos quedamos disecados mirando aquel trote cochinero tan simpático mientras la seguíamos muy despacito. Por un momento interpretamos que quizá estaba preparando la San Silvestre vallecana, o que quería echar muslamen gordo, pero enseguida caímos en la cuenta: estaba desviando nuestra atención. La perdiz, en adelante Mamá Perdiz, trataba por todos los medios de distraernos para que su puesta estuviera a salvo. Corría delante del coche, jugándose la vida, para salvar a su futura prole de visitas inesperadas. Llegado a un punto en el que Mamá Perdiz consideraba que ya no existía peligro, echaba a volar de golpe. Esto que les cuento es una chorrada enorme y jamás podría ser tema de ninguna columna seria, pero hoy me apetecía contarles que los animales siempre están por encima de las expectativas creadas, siempre están por encima de lo que se espera de ellos, mientras que los seres humanos acostumbramos a defraudar. Por eso, aparece la historia de Dexter, ese perrillo que ha recorrido cientos de kilómetros, los que separan Málaga de Sant Boi, y vuelves a pensar mal de tus iguales. Dexter ha llegado a Cataluña y nadie se explica por qué. Si se escapó o le abandonaron poco importa. Dexter llevaba chip pero sus datos no están dados de alta en Cataluña, sino que están en Andalucía. Si los dueños renuncian a el, tendrán que pagar. Si no pagan en veinte días, se les denunciará. Y si se quedan con él, todos sabemos que Dexter podrá pasar por lo mismo. Así que sólo Dexter se salva de la idiocia. El resto nos debatimos entre una absurda burocracia autonomista incapaz de resolver con celeridad y unos dueños que nunca merecieron todo lo que Dexter les dio. P.D. Este artículo va dedicado a Ático, que cuida del embarazo de su dueña, Rebeca, sin título de enfermería.