Irak

Todo cambia poco permanece

La Razón
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Observamos el panorama político cambiante, como la luna, según se cantaba ya en «Carmina Burana», aunque aquellos «clérigos vagantes» no se refirieran a la cosa pública. Andan los estadistas norteamericanos echando dinero a espuertas para unas elecciones que han de renovar parte del Congreso y del Senado. Obama está de gira electoral, como su esposa, alejados de sus hijas. Se sabían ya algunas de las barbaridades cometidas en la guerra de Irak. Ahora se han publicitado con todo lujo de detalles. Con este ejemplo de democracia instaurada con las armas, los asesinatos, las torturas y el terrorismo, en una auténtica guerra civil sectario-religiosa, sin capacidad para formar siquiera gobierno, se rompió el equilibrio que el malogrado tirano Sadam Hussein sostenía con Irán. A algún tipo de acuerdo habrá que llegar con el régimen de los ayatolás, capaces de ir montándose su arsenal atómico, al tiempo que le entregan sacos de euros (no dólares) al legimitado y corrupto régimen afgano, aunque tales entregas se dice que son transparentes, dos veces al año, llegan en paralelo a las estadounidenses. Es dinero fresco y al contado para sostener un gobierno y jefes tribales que posiblemente dedicarán sus esfuerzos a mantener las rentables hostilidades contra los ocupantes, entre ellos los españoles. Pero el presidente Obama, tachado de comunista, que prometió centrar todos sus esfuerzos en resolver el insoluble problema afgano –está de elecciones– y si los republicanos y los del «tea party» consiguen arrebatarle escaños decisivos, lo va a tener aún más complicado.

Este mundo cambiante resulta también resbaladizo. En pocos días Rodríguez Zapatero ha realizado un juego malabar y ha situado en primera línea a un incombustible Pérez Rubalcaba sustituyendo a una emocionada vicepresidenta que se refugia en el Consejo de Estado, áureo retiro. Otros de sus exministros/as, no menos aplaudidos, también han resbalado y el baile ha sido suficiente para desplazar, a ojos de la opinión pública, el problema de cómo llegar a fin de mes y lo cara que se pone la gasolina hasta una posible disolución del terrorismo etarra, de momento, mera especulación, aunque veamos tantos vascos en el nuevo Ejecutivo y algunos quieran extraer conclusiones precipitadas de este pandemonio. Por todo ello, Rajoy ha puesto sobre la mesa el problema de lo caras que resultan las autonomías. Porque lo que llegará primero serán las elecciones catalanas, donde el president Montilla ha ejemplificado el suicidio del gobierno tripartito: cada quién a su casa. CiU está ya en la puerta de la Generalitat esperando que la desalojen. La única duda reside en si alcanzarán o no la mayoría absoluta, aunque Esquerra Republicana ha descendido un escalón (el que ha subido Mas) para confundirse en el abrazo de un concierto de financiación a la vasca. El PSC de Montilla y sus capillitas deberán pensar ahora en ir a llorar al hombro del PSOE, diluyéndose un poco su catalanismo que triunfó con Obiols y Maragall. Pero todo esto son hipótesis, porque el mundo cambiante lo es mucho más que cuando aquellos jóvenes estudiantes de la Edad Media bebían y cantaban a la Fortuna. Tampoco serían muchos. Pese al cambio de tercio que acaba de producirse en nuestra asolada y desolada España (los jóvenes con más méritos huyen ya hacia otros países europeos) no se altera el paisaje iluminado, como entonces, por la voluble luna, porque ésta es la misma que permanece, aunque ya hollada o mancillada por el pie humano.

Y tras lo de Cataluña, de escasas incertidumbres, llegarán las municipales y autonómicas, donde el PP y el PSOE habrán de vérselas a cara de perro. A los votantes les agrada el suspense, pero me temo que habrá poco. El pozo económico en el que nos hemos sumergido o nos han sumergido tiene trazas de durar. Quedamos a la espera de lo que decida la Reserva Federal estadounidense y de cuánto dinero inyecte Obama otra vez al sistema financiero, porque lo que cuenta es la praxis económica y no está en manos de profetas, sino de la confianza que se genere más allá de nuestras fronteras, hasta que los mercados vuelvan a emprender la marcha, tal vez cansina, pero huyan del «quieto, parados» en el que se encuentran. El nuevo Gobierno, que pretende explicarnos muy bien lo mal que lo estamos pasando y lo peor que seguiremos en el próximo ejercicio, ha de sacarse algún conejo de la chistera para no derrumbarse. Agradeceremos sus buenos deseos, pero más que hicieran lo posible para que los emprendedores se animaran, para que el dinero comenzase a circular (¡si los bancos fueran menos bancos y menos inmobiliarias!), para que reabran comercios, para que retornen –si se llega a tiempo– los jóvenes que huyeron de la quema. El Estado social que proclaman resultaría admisible si fuera cierto. Pero no menos pedagogía le queda por hacer a un inmovilizado PP. El silencio no genera votos. Si no se le echa algo de ilusión a la política, todo permanecerá, cuando los cambios resultan tan necesarios. Nos quedan muchas elecciones y programas por definir y propuestas y caídas y deslizamientos. Y transformaciones. Lo de hoy mañana parecerá otra cosa. Encharcados, somos conscientes, sin embargo, de que todo gira a nuestro alrededor y que, desde los EE.UU. hasta este rincón, las elecciones nos aturden, machacan, obsesionan. El poder es el poder, pero ¿nos salvaremos solos, con medio mundo en crisis, aunque no se admita?