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Los cementerios de Rusia votan a Putin por Alfredo Semprún

La Razón
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La excursión napoleónica de 1812 les costó a los rusos 400.000 muertos. Luego, y por ceñirnos sólo a las invasiones, tuvieron que poner otros 900.000 cadáveres en la I Guerra Mundial. La subsiguiente revolución y guerra civil, de 1917 a 1923, multiplicó exponencialmente la tragedia. Apoyados por Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón, los ejércitos blancos hicieron pagar muy cara su derrota: casi un millón de muertos militares y nueve millones de civiles dejaron a la Santa Madre Rusia al borde del colapso. Represión salvaje y hambre tienen la mayor parte de la responsabilidad. A la II Guerra Mundial, anteayer como quien dice, hay que apuntarle otros 20 millones de rusos muertos, cifra tradicionalmente aceptada pero que no incluye a las víctimas de la venganza posterior de Stalin contra los que colaboraron con los nazis: pueblos enteros, como los cosacos, borrados del mapa.

La nostalgia del Imperio como baza electoral

Y así ocurre que, ante el escepticismo occidental, más de un 55 por ciento de los rusos consideran «probable» una nueva invasión de su territorio y atribuyen a su potencial nuclear el que no se haya concretado la amenaza. Más aún, cuando su territorio se ha reducido en un tercio y media docena de países fronterizos se le han teñido en el mapa de «azul OTAN». Es el regreso del mito de la «fortaleza asediada».

Sobre esta realidad, interiorizada generación tras generación, opera la máquina de propaganda de Vladimir Putin que, no lo duden, parte como claro favorito para ser elegido presidente en primera vuelta: un 66 por ciento de intención de voto, según los últimos sondeos, así lo asegura. El pucherazo como tentación inútil.

En el fondo, puestos a elegir, parece lógico que un pueblo forjado en el nacionalismo prefiera reconocerse en la vieja caricatura del cine norteamericano –Guerra Fría, espías y complots para dominar el mundo– en lugar de la que ha venido encarnando los últimos veinte años con sus mafiosos de serie B, militares venales, políticos corruptos y mercados negros de toda laya. En un presidente que caza ballenas y nada desnudo en las frías corrientes de Siberia, que en el Yeltsin beodo de la descomposición de la Rodina, la amada Madre Patria. La prueba es que el resto de los candidatos con más apoyo popular en las encuestas sigue el mismo guión básico: Guennadi Ziuganov (15 por ciento en los sondeos), comunista, se aferra a la nostalgia del imperio soviético, y Vladimir Yirinovski (8 por ciento en los sondeos), ultranacionalista, reclama la vuelta a las fronteras del Muro de Berlín (y de paso la recuperación de Alaska).

Fuera de este círculo, está el frío. A Mijail Projorov, la tercera fortuna de Rusia, partidario de un país más abierto en lo económico y con reglas claras de mercado, las encuestas lo arrinconan en los últimos puestos: sólo un 6 por ciento de la intención de voto.

Porque la nueva clase media rusa, ajena, aunque sea por pura biología, a las enraizadas pulsiones del «homo soviéticus», es aún demasiado pequeña para inclinar la balanza.

Con Vladimir Putin de regreso, en realidad nunca ha terminado de irse, habrá que resignarse a una Rusia más próxima a la que invadió la pro occidental Georgia que a la que se dejó toda su influencia en la gatera de los Balcanes. Siria, por ejemplo.

De cualquier forma, no es de esperar que llegue la sangre al río. El programa de rearme, impresionante por sus números, tendría que multiplicarse por cuatro para que la potencia militar rusa llegara al nivel de la OTAN.

Y, además, sigue pendiente lo de siempre: esa modernización del país, de sus industrias e infraestructuras, de sus redes comerciales y financieras, que cuando se lleve a cabo conseguirá, entonces sí, multiplicar esa clase media llamada a cambiar las cosas. Cuestión de tiempo.


En el fondo, no es más que un atraco con muchos rehenes
Este miércoles, las delegaciones de Estados Unidos y Corea del Norte volverán a reunirse en Pekín para tratar del primer envío de alimentos a los hambrientos súbditos de Kim. Washington se ha comprometido a enviar 240.000 toneladas de ayuda alimentaria a Corea del Norte, a cambio de la suspensión temporal del programa nuclear norcoreano. Está claro que el joven de Kim Jong-un es digno hijo de su padre. Él también utilizaba como arma de chantaje un misil nuclear. Hay, sin embargo, un cambio significativo: los norteamericanos están dispuestos a no picar como la vez anterior; el régimen comunista tendrá que autorizar la presencia de inspectores extranjeros en su territorio para asegurar que la comida no sea desviada a las élites del país y llegue a los grupos de riesgo. Se hacen apuestas.



Con la tv equivocada

Dos periodistas británicos, Nicolas Davie y Gareth Montgomery–Johnson, fueron detenidos por una milicia libia el pasado 23 de febrero. Pese a todos los intentos, los milicianos, que pertenecen a uno de los grupos extremistas suníes que se han instalado por su cuenta, se niegan a liberarlos pese a los llamamientos del Gobierno provisional. Los dos reporteros trabajaban para una cadena de televisión iraní y realizaban un reportaje en Trípoli. Irán, como saben, es la principal potencia chií.