Francia
La batalla por la islamización de la televisión
La propuesta del Gobierno marroquí para aumentar la programación religiosa y desplazar al telediario en francés del mejor horario de la televisión ha levantado ampollas.
Lo de emitir las cinco llamadas diarias a la oración, vale. Lo de transmitir el rezo del viernes, puede pasar. Incluir un programa religioso de 13 minutos a la semana, no plantea demasiados problemas.
Pero retrasar el telediario en francés de la 2M –la segunda cadena de la televisión marroquí– a las once de la noche era intolerable para las élites del país, mayoritariamente francófonas y –mucho más importante– francófilas. Al final, tras varias semanas de furibunda polémica, la sangre no llegó al río.
La segunda cadena ya emite el informativo en árabe a las 20:45, la misma hora a la que antes se programaba la versión en francés, que ahora comienza a las 19:30. Un horario mucho más aceptable para los defensores de la lengua de Voltaire, que ya parecen haber olvidado la batalla que plantearon sobre la «islamización» y que acaparó los titulares a finales del mes de abril.
Esa polémica era, no obstante, sólo la superficie de un océano mucho más profundo. «Fue un titular que circuló en algunos medios de comunicación, pero no reflejaba la realidad», a juicio de Abdelhuahed Akmir, analista político, hispanista y profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Mohamed V, que apoya su afirmación en cifras: «Se habla de una invasión de programas religiosos en la segunda cadena de la televisión, pero si se mira el proyecto se descubre que los programas religiosos sólo representan un 4%, mientras que los de entretenimiento, debates e informativos son el 75%».
Más aún: los programas más vistos, los que causan verdadero furor y tienen los mayores índices de audiencia son las telenovelas de producción propia, con argumentos y personajes muy cercanos a los televidentes. Y en todos los casos se emiten en árabe.
Los datos de audiencia también corroboran el arraigo de este idioma. Según el portavoz para España y América Latina del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), Mohamed Bel-Lahsen, las encuestas dicen que el telediario en árabe ha aumentado espectacularmente sus seguidores, hasta 1.300.000 más que el francés a la misma hora.
De ser así, se traduciría en un 60% más de audiencia y un claro respaldo a las tesis defendidas por el Gobierno de Benkirán.
La batalla de la lengua en Marruecos es, no obstante, mucho más que una cuestión cultural o social.
Tiene un enorme calado económico y político. Y hasta ahora, el francés ha sido la lengua de los políticos y, sobre todo, de los negocios. Su hueco en la televisión pública no sólo lo ocupará el árabe sino también el amazigh, el idioma autóctono cuyas variantes se utilizan en extensas zonas del norte y el sur de Marruecos y que ha obtenido un especial reconocimiento en la nueva Constitución después de décadas de ostracismo.
¿Qué está pasando, entonces? «Que el poder se enfrenta al poder», resume a LA RAZÓN un periodista de MediTV, que prefiere mantenerse en el anonimato. Es el «nuevo» poder, el Gobierno salido de las urnas del pasado 25 de noviembre, el que se enfrenta al «viejo» régimen, las élites que se han enriquecido a la sombra del Palacio Real, en una consecuencia inmediata de la Primavera Árabe.
Y esas élites son, precisamente, las que controlan, en la sombra, un medio que el ex ministro de Comunicación, Mohamed Larbi Mesari, calificó como la «escuela estalinista de información».
Control real
El veterano político, que protagonizó el último intento por liberalizar el sector de la televisión, describe a este diario cómo en su época –y aún hoy– los directores de las cadenas públicas recibían directamente instrucciones «de gente que no daba cuentas ante el Parlamento» y a las que describe como «personas ocultas».
Tan ocultas que, según señala una periodista de RTM, «no sabemos realmente quién gestiona la televisión ni qué poder real tiene el director general». Pero nadie duda de que las órdenes llegan de personas con absoluto respaldo real, a pesar de que los gestores eran nombrados entonces por el ministro del Interior.
Son esos poderes «ocultos», según Bel-Lahsen, los que «han creado esta polémica porque quieren disimular la corrupción y la mala gestión del sector informativo público». Y añade: «La cuestión de la islamización no existe. Es solamente una guerra abierta contra este Gobierno por algunos sectores francófonos que han visto sus intereses en peligro».
Coincide en esta apreciación Akmir: «En España, el Estado es aconfesional, sin embargo, un canal público, la 2, transmite la misa el domingo; entonces ¿por qué en un país cuya Constitución señala que el islam es la religión oficial reprochan que se televise la oración del viernes?».
Nadie duda de que se ha abierto el melón por controlar los resortes del poder. Y la televisión es uno de los más importantes. «Quien controla la televisión, controla el poder», señala un veterano reportero de un medio escrito que, como muchos otros, prefiere no ser identificado.
No obstante, los poderes enfrentados se han dado una cierta tregua.
El Gobierno ha nombrado una comisión a la que ha encargado revisar el reparto de la programación en la televisión pública –en Marruecos no hay canales privados–, presidida por el ministro de Urbanismo. Y no se espera que de ella salgan muchos cambios.
Mientras, a la espera del siguiente asalto, Bel-Lahsen subraya con ironía que los críticos del Gobierno no se han sentido «agredidos» hasta ahora cuando el primer canal, la RTM, ha transmitido desde hace años la misma programación religiosa que ahora se quiere extender a la 2M.
Bel-Lahsen, para quién ésa es la confirmación de que este agrio debate tiene otros objetivos, se indigna: «Si miramos las anteriores leyes que gestionan la televisión, son casi similares a éstas, pero lo más escandaloso es que nunca fueron presentadas en el Parlamento. Sin embargo, ahora que todos los interesados pueden participar en su elaboración, ¿están en contra?».
El entorno del poder
Desde el entorno del Palacio, dicen fuentes próximas al Gobierno, se «dispara» con bala contra el Ejecutivo que preside el islamista Abdelilá Benkirán. Y es que la llegada del Partido Justicia y Desarrollo al Gobierno amenaza directamente al entramado de intereses tejido durante años en torno al rey Mohamed VI.
Ese entorno –que va más allá del famoso «Majzén», la atávica corte que gobierna el país desde hace cuatro siglos– del que todo el mundo habla, pero del que nadie se atreve a dar un solo nombre, está envuelto en una vitola de corrupción que ha denunciado insistentemente el Movimiento 20 de Febrero y de cuya «limpieza» ha hecho bandera el PJD.
Bel-Lahsen aporta un dato más para apuntalar esas sospechas de corrupción: «Hasta hace poco tiempo, el capital de 2M era de 30.000 millones de dirhams (3.000 millones de euros), ha bajado hasta 21.000 millones (2.100 millones de euros) y se dice que este año perderá 63.000 millones (6.300 millones de euros)». Por ello, considera que «hay una mala gestión e indicios de corrupción, lo que obliga al Estado a intervenir».
La victoria electoral islamista, admitida pero nunca deseada por los poderes fácticos, está acorralando a un sistema basado en la sumisión de amplias capas de población –sobre todo en las empobrecidas zonas rurales– mientras personajes con fuertes vínculos –y educados– en Francia controlan los principales sectores productivos del país.
Y la nueva situación política da pie a curiosas paradojas. Por ejemplo, el PJD tuvo entonces su mayor cosecha de votos en las grandes ciudades como Casablanca, Tánger o Rabat. Y lo consiguió fundamentalmente entre clases urbanas, medias y medias-altas, en gran medida laicas.
Mientras, el Marruecos tradicional, rural, apegado todavía al dogma «Alá, Al Watan, Al Malik» (Dios, patria y rey), y profundamente religioso, mantuvo su apoyo a los partidos tradicionales, sobre todo al nacionalista Istiqlal, que a pesar de su derrota y de su identificación con la corrupción de la Administración Pública, sigue en el Gobierno, coaligado con islamistas e izquierdistas.
Como siempre, hay quien también ve el lado positivo del choque de trenes que se está produciendo en Marruecos. «Antes no escuchábamos nada de conflictos entre los poderes públicos. Algo hemos ganado ¿no?», afirma un conocido periodista de un canal televisivo. Posiblemente sea cierto que algo se ha ganado en la, sin embargo, larga marcha que le queda por delante a la Primavera Árabe en el reino del occidente árabe.
LA IMPORTANCIA DEL IDIOMA
El idioma que se utiliza en el reino norteafricano identifica el nivel social, educativo y económico de sus hablantes.
El francés corresponde a clases medias y altas. El árabe a clases bajas y rurales.
El amazigh o bereber hasta ahora era ignorado. Y el español era un bonito recuerdo del pasado. Se dice en Rabat que «Francia salió de Marruecos por la puerta trasera, pero que volvió a entrar por la ventana». Y se dice también que «España salió por la puerta principal, pero no volvió a entrar», a pesar de que dejó una huella mucho más profunda que los franceses.
El hecho es que éstos volvieron para hacer negocios y aprovecharon la lengua que dejaron como herencia. Las empresas españolas, a pesar de la proximidad, sólo se han vuelto a fijar en Marruecos en los últimos años.
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