Ferias taurinas
El escenario de los sueños
Estos días se ha cumplido el décimo aniversario de la primera vez que pisé el ruedo de Las Ventas vestido de luces. Fue un 30 de abril. Novillero. Desde ese día, esta plaza no deja de atraerme, no dejo de esperar la tarde en la que vuelvo a torear, y siempre me apetece más al acabar.La propia plaza, es preciosa. Verla desde la furgoneta impone y motiva. Cuando estás dentro, respiras el ambiente del público desde el patio de cuadrillas. Un eco muy especial. Los sonidos de Madrid son únicos.Los tendidos, abarrotados, enormes, ansiosos por ver faena. Un público que opina con respeto. El público de Madrid exige tanto como la plaza merece, pero también sabe ver cuándo hay verdad entre el toro y el torero, cuándo el toreo es puro. Lo bonito de la Fiesta es que el público, además de espectador, es juez. Lo mejor que se puede decir de un juez es que es justo. Madrid exige, pero sus tendidos saben serlo. Recuerdo ir a la plaza de niño, ni siquiera era un adolescente. La impresión que causa esta plaza en un chico lleno de ganas de ser torero es definitiva. Soñaba con triunfar. Desde ese día soñaba con dónde triunfar.Tengo el orgullo y la fortuna de haber abierto su Puerta Grande tres veces. Las tres son únicas y especiales, pero la primera siempre es la primera. Cuando te pasan tantas cosas en tan poco tiempo, te sorprende lo que recuerdas. Yo recuerdo a la gente a mi alrededor, unos benditos empujones y a mí mismo balanceado. Es curioso, pero la imagen que me vino a la cabeza es la de la Virgen del Rocío. Bendita. Gracias.Varias veces la Justicia de Las Ventas me ha juzgado imparcial. Sé lo que se siente al tener la llave de la Puerta y no conseguirla por cosas que nos pasan solo a los que nos ponemos delante de un toro. Esa rabia no son más que ganas de volver, de dibujar el toreo que yo siento, la verdad y el silencio que la plaza muestra respetuosa. Me gusta saber que Las Ventas no admite imperfecciones. Yo tampoco. Solo quiero lo que me merezco.Antes hablaba de los sonidos de Las Ventas. El toreo es una arte solitario. Es un placer del torero acercarse al centro del ruedo, brindar el toro a todos los tendidos. Que murmuren. Que guarden el silencio respetuoso que merece el que se juega la vida cuando el toro se acerca. El momento entre el que el toro acepta el engaño que le ofrezco y la gente reacciona. Pasar del silencio al suspiro ronco de Madrid. Es respeto, es cariño y es reconocimiento. Es un placer que disfruto, me hace seguir siendo torero y me hace seguir buscando esa faena perfecta que nunca llegará, porque solo está en mi cabeza. El día que ocurra, espero que sea en la plaza que me trata como suyo.
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