Cárcel

Miss Alabama por José Luis Alvite

La Razón
La RazónLa Razón

Hay muchos puntos de vista para analizar el significado de la condena dictada contra el juez Baltasar Garzón. Desde la óptica de la rectitud de la Justicia no parece que pueda objetarse en serio la sentencia. El problema no está en la resolución del Supremo, sino en la identidad del justiciable, un juez renombrado y popular al que muchos elogian su entusiasmo en la lucha contra la ilegalidad y otros censuran su vanidad y cierta actitud de arrogancia, sin olvidar su propensión a adoptar comportamientos autocráticos inadmisibles en alguien de su condición profesional. Esa relativa pérdida de la sensatez jurídica y su desprecio por la asepsia de ciertos procedimientos reglamentarios no resultan sorprendentes en Garzón, un juez eficaz y trabajador, pero también un personaje ambicioso y populista del que siempre he pensado que, de no haber tenido la ocasión de lucirse en la Judicatura y en la política, por culpa de su afán de notoriedad habría aceptado la corona de Miss España. Cuando se pierde el sentido del poder, se ignoran las limitaciones profesionales y se sustituyen las normas por los caprichos, se corre el riesgo de que la vanidad produzca en un hombre los mismos perniciosos efectos que el alcohol. En ese caso se pierden juntos la noción de las atribuciones y el sentido de la realidad. Es como si, enardecido por un delirio de grandeza, un hombre de metro y medio de estatura se comprase un espejo de tres metros de alto para tener la seguridad de verse entero, o agachase la cabeza al pasar a pie por debajo de la Puerta de Alcalá. El juez Garzón cometió a sabiendas una falta imperdonable y ha sido condenado por ello. Puede que en ciertos círculos internacionales se pretenda convertirlo en una víctima, en la duda razonable de que las normas del concurso impidan elegirlo Miss Alabama.