CRÍTICA DE CINE / «Rango»: Lagarto lagarto

Desde los tiempos de la novela de caballerías, la tarea del héroe es la de reconocerse a sí mismo como redentor del mundo. Es un esquema narrativo que sirve igual para Don Quijote, para Tirante el Blanco o para el Hombre sin Nombre. El lagarto que protagoniza esta insólita película de animación emprende ese viaje de iniciación –el del héroe que descubre su heroísmo por el camino– sin saber que su destino desembocará en el imaginario del «spaghetti western», obligándole a adoptar la personalidad de un hombre de ley que vendría a ser la versión réptil del «Django» de Sergio Corbucci.

Antes de llegar al pueblo, que agoniza por escasez de agua, «Rango» sienta las bases de su rara y estimulante propuesta estética: los rasgos formales del cine de Leone se besan con los desvíos surrealistas que Jodorowsky imprimió al género en «El topo» o «La montaña mágica». No se llamen a engaño: esta no es una parodia con tendencias místicas, sino un divertimento que disfruta potenciando la excentricidad de su fauna y flora, con un impecable diseño de personajes y unas secuencias de acción que quitan el hipo. Verbinski ha querido darse unas vacaciones de la franquicia de «Piratas del Caribe» para facturar una fantasía animada que parece haberse escapado de la mente lisérgica de Hunter S. Thompson.