París
Cercana a la tierra por Julio López Hernández
Perdí a Esperanza, mi mujer, hace tiempo, era una gran amiga de Amalia, y ahora es como perderla por segunda vez, pero no me rebelo. Entablamos amistad cuando estudiaba en la academia Peña. A Lucio le conocía de los estudios en Bellas Artes y ella llegó hacia 1954, cuando el que sería su esposo la arrastró a París. Desde aquel momentos estuvimos muy unidos, Lucio, ella, Esperanza, Isabel, Antonio, María. Nuestra argamasa era un sentimiento pictórico y realista y yo diría que un amor a la humanidad. Nos unían muchas cosas. Yo, que era el mejor amigo de Lucio, recuerdo cuando pintábamos en Aránzazu, recién casados, subidos los dos en un andamio de madera que él mandó construir y que parecía casi medievalista. Amalia ya era madre y Esperanza estaba embarazada entonces. Fueron, sin duda, los años más ilusionantes, más luminosos, los más bellos de nuestras vidas, aunque después cada uno siguiera un camino.
Tengo la imagen de Amalia tan cercana, tan de la tierra, que me parece imposible que ya no esté. Era una persona de una tremenda humanidad y de una integridad absoluta. Un grupo como el nuestro tuvo su razón de ser en aquel momento, hoy no sería posible. Nosotros no éramos oficialistas, sino que hacíamos una figuración en lucha que unió y dio razón de ser al realismo, que significó nuestra conquista. Nadie nos dijo nunca lo que teníamos que pintar.
Sus cuadros fueron el reflejo de una España que luchó por ser justa y leal a las tradiciones, que se abrió al futuro estando asentada en el pasado. Fue una obra comprometida, y Amalia la artista que supo infundir un poco de corazón a los demás con esa generosidad que la caracterizaba. Su realismo no fue un panfleto.
Julio López Hernández
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