Valencia
Orejas de domingo frívolo
No lo veo claro. Ni lo vi. Cuarto de hora adelante ni para atrás. La tarde no rodaba, aunque las orejas cayeran del cielo, de los tendidos blancos de Valencia. Festivalera, de domingo, con ganas de pasárselo bien sin poner acentos, ni comas en los sentimientos. Porque torear, aquello que se nos antoja tan difícil de describir a todos, incluso a los que vivimos de la palabra, nada tiene que ver con sumar pases. Que el toreo poco sabe de las matemáticas, como sí de la emoción que se desata en décimas de segundo, de ese no sé qué que mañana nos hará volver a la plaza. De ese no hubo ni un resquicio.
Valencia tenía ayer el color rosa en los tendidos, nada del rojo pasión, y encadenado a ello se dejó llevar sin hacerse preguntas. Muchas nos hacíamos algunos al ver el devenir del festejo. Tan sólo por los agravios comparativos: una misma plaza, 24 horas de diferencia. Faena intensa de Juli, cumbre por momentos, menos compacto por otros y una oreja de premio. Un día después. Faenas de medio recorrido. Populares, no, eso serían los precios, populistas. Buscando calor, a tiro hecho. Y de hecho vino el premio. El mismo. No puede ser. No debe ser. Frívolo el desencuentro.
La corrida de Jandilla, algo más rematada que la del día anterior, no gustó. Floja, justa al filo y defendiéndose cuando la casta no alcanzaba a rematar el viaje. Pero hubo uno. Cuarto lugar, para Rivera, que tuvo la nobleza en vena. La bondad y el recorrido. Era toro para gozar el toreo, para reinventarse si las musas anduvieran apagadas. Qué manera más bonita de embestir, para componer a gusto, relajado. Olvidarse. Uno de esos toros con los que sueña despierto el torero. Relajado se mostró Rivera, pero mirando más contentar al público que cuajar al toro. El toreo a la inversa. Y le valió. Nada serviría de ejemplo de lo que pasó en el toro que abrió plaza. Corremos turno.
A El Fandi no se lo puso tan fácil el quinto, que tenía vía directa por el izquierdo y algunas dificultades por el derecho. Anduvo afanoso, y con ganas, pero... Valencia...Fallas... plaza de primera. Con el segundo vivimos el éxtasis al controlar al toro tras el tercio de banderillas. Ahí justo ahí la entrega era absoluta. Se orientó el toro después y tampoco encontró el torero el camino de la resolución.
Esperábamos a Alejandro Talavante con los brazos abiertos. Tercero y sexto. Marcado a fuego. Mas la ilusión se nos fue. Nos la arrancó primero el toro que más que acudir se arrastraba, cual mañana de resaca, y a la mínima perdía las manos. Abrumador comienzo. Optó Talavante por el arrimón y por ahí estaba justificada la faena, aunque esto interesaba menos. El sexto, que se desplazaba protestón, y orientado, no alumbró el camino y a Talavante le engulló la tarde. Un espesor, qué desatino, espada de poco filo, qué dos orejas tan frágiles en el nombre del toreo bueno. ¡Que estamos en Fallas!
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