Rabat

Vacío diplomático

La Razón
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En el balance de la gestión de los últimos gobiernos socialistas, no parece que la política exterior vaya a aparecer entre sus éxitos. El departamento de Miguel Ángel Moratinos ha desarrollado una diplomacia marcada por las arriesgadas alianzas, la debilidad estructural, la incapacidad para actuar con visión estratégica y una serie de erráticas decisiones que han desembocado en una pérdida de peso específico en el contexto mundial. En estos años, nuestra diplomacia se ha obstinado en tomar el pulso tarde y mal a la mayor parte de las crisis internacionales y a los conflictos bilaterales.

Marruecos ha sido un paradigma de esas actuaciones fallidas y, a remolque de los acontecimientos, de esa tendencia a rehuir las dificultades y a meter la cabeza bajo el ala. La actual crisis provocada por Rabat ha puesto otra vez de manifiesto estas carencias. El mutis del ministro Moratinos en un asunto de esta complejidad, del que increíblemente nada se sabe a pesar de los cinco comunicados de protesta marroquíes, los bloqueos en el paso de Beni Enzar y los incidentes continuos con los policías españoles, la ausencia del embajador en Rabat y los recientes relevos en los Consulados Generales de España en Tetuán, Larache y Nador demuestran un vacío diplomático insólito. Es probable que la presencia del nuevo embajador, Alberto Navarro –de vacaciones hasta el 1 de septiembre–, en la capital de nuestros vecinos del sur no hubiera impedido que la crisis se desatara, porque el rey de Marruecos ha movido los hilos en un escenario en el que España carece de la iniciativa y el empuje necesarios, pero esta circunstancia no obsta para remarcar que la desatención diplomática actual merma la capacidad de respuesta y es el mejor síntoma de la desorientación exterior de nuestro país, que tan adecuadamente personifica el ministro Moratinos.

El cambio del representante marroquí en España es una pieza en este puzle que aún está por encajar. Su condición de activista saharaui arrepentido y la posición del Gobierno español en el conflicto del Sahara son circunstancias nada ajenas al presente episodio.

Tampoco es una lectura admisible que el objetivo del Gobierno fuera reducir la crisis con Rabat a un mero encontronazo fronterizo, sin protagonismo para el ministro de Exteriores y con toda la responsabilidad para el titular del Interior, con el propósito de limitar su alcance y asegurarse una respuesta más ágil. Con todo, habrá que aguardar a la visita de Pérez Rubalcaba a Marruecos del día 23 y confiar en que sus buenas relaciones y resultados en materia de terrorismo islamista e inmigración permitan reconducir el episodio.

Pero más allá del papel del ministro del Interior, el último brote de tensión en esta frontera ha evidenciado la torpeza crónica del Gobierno para calibrar y responder a las provocaciones marroquíes. Los países que no se hacen respetar, que no tienen la determinación de actuar a tiempo y de modo enérgico, sin que ello suponga renunciar al diálogo, están condenados a pagar un alto precio por sus vacilaciones.