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Quién teme a la urna feroz por Sabino Méndez
Por fin se han acabado las elecciones y, al menos por ahora, nos libramos de que sigan vapuleando nuestros sentidos las aturdidoras campañas electorales. Puesto que ha habido relevo en muchos lugares y debutará gente nueva, creo que volveremos a ver caras alegres y durante cierto tiempo hasta nos proporcionará satisfacción mirar las caras de los políticos. El hecho de que una cosa resulte odiosa no significa, desde luego, que no sea necesaria. Lo vamos aprendiendo, y esta campaña ha servido para darnos cuenta de que aunque la gente salga con su queja a la calle, si lo hace pacíficamente, la democracia no peligra.
Al fin y al cabo, llevamos sólo treinta años de democracia mientras que otros países llevan trescientos, y estamos aún aprendiendo.De hecho, yo siempre que me encuentro con un francés evoco en la conversación el 2 de mayo de 1808, los Cien Mil Hijos de San Luis y un par de episodios más de las estrechas y sosegadas relaciones franco-españolas para mostrarle mi buena disposición. Pero él siempre me recuerda lo poco que los españoles salimos a la calle para quejarnos desde que tenemos democracia. De la transición acá, apenas hemos tenido un par de movilizaciones gordas, mientras que en París andan de huelga general cada dos por tres.
Ya ven, temíamos que estallara la revolución y lo único que ha estallado ha sido la primavera. En el sur, las jacarandas muestran flores de un violeta que el día que consiga adjetivarlo seré verdaderamente un buen escritor, los mirlos picotean las cerezas, las golondrinas dan su grito africano, el cuco se burla y además llegan los ruiseñores para contribuir a la fiesta general. Todos ellos nos dicen que la vida está bien aunque el mundo (sobre todo el político) esté mal.
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