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Otra zarzuela no
Si éste ha sido un mal año para el Rey es por el tabaco y porque todos los golpes que se ha dado en su vida deportiva han despertado ahora, con la edad, y se están haciendo notar
No recuerdo que con Franco aún caliente se manejara otra opción institucional que la de la monarquía, aceptada incluso por aquella sopa de partidos marxistas que patrocinaban la revolución a la cubana, a la albanesa, a la china, a la soviética o a la yugoslava, destrozándose y odiándose a sí mismas. No sé si es apócrifo, que lo será, que Joaquín Ruiz-Jiménez y Antonio García-Trevijano se dijeran mutuamente: «O tú o yo presidiremos la III República». Santiago Carrillo, desde el exterior, había puesto en circulación aquello de «Juan Carlos I, el breve», pero en cuanto se legalizó el Partido Comunista abrazó la bandera española no hallándola suficientemente grande para su despacho, y desmigó su marrullería con el Rey que le legitimaba y le amparaba. A día de hoy no logro convencer al notario granadino García-Trevijano de dos cosas: que su erudición cultural y republicana le aleja hasta de los «indignados» y no levanta adeptos, y que fue el felipismo y no yo quien le puso en el Índice, proscribiéndole de los medios de comunicación.
El caso es que hasta en el Ateneo madrileño si te pones a rascar encuentras antes especímenes de ácratas furiosos que republicanos de veinte años. Las banderas tricolores y el «Himno de Riego» forman parte del folklore de las manifestaciones reivindicativas sin otro peso específico que el de la bulla. El republicanismo (incluida su simbología) ha sido fagocitado por los nacionalismos periféricos, y lo que cunde en España es el accidentalismo en cuanto a la forma del Estado. Y la monarquía ha disuelto algunos cálculos renales a cambio de un par de resfriados de orden familiar. Igual que en la Grecia despeñada nadie reclama el regreso de Constantino, aquí nadie se cree que otra República nos resolviera el problema más pequeño y, por el contrario, se alberga un sano temor a que mover en demasía la Constitución sea motivo de duelos y quebrantos.
Tras tres años de agonías acumulativas debidas a la parálisis intelectual de un nuevo socialismo de juegos reunidos «Geyper», la figura del Rey sólo ha sufrido este «annus horribilis» fundamentalmente por el tabaco (y eso que la Reina fuma tras las comidas unos aromáticos y larguísimos cigarrillos que autorizan el enviciamiento de los demás comensales) y por todos los golpes que se ha dado en su vida deportiva y que se despiertan con los años. Urdangarín es un yerno y nadie en nuestra cultura escoge al marido de la hija. Los yernos y las nueras y, sobre todo, los cuñados suele mandarlos el diablo para ponernos a prueba. Y, así, a veces, entendemos la sabiduría de los matrimonios concertados por los padres o las añoranzas de nuestras abuelas sobre lo bien que funcionaban los matrimonios por interés o de conveniencia.
Prensa rosa
Pero eso de hacer un ERE en La Zarzuela dejando en el paro a las Infantas puede resultar excesivo. No debemos olvidar que el feminismo ideológico entiende que la sucesión monárquica es una ley sálica al revés, y que la primogenitura es de Doña Elena. Alguien apreciará doble agravio en esta Infanta que nada tiene que ver con los negocios de su cuñadísimo. Si estuviera en su ánimo resolverían este embrollo los Duques de Palma dejando al Rey curarse el ojo.
Pero ya estamos representando otra zarzuela, género chico (por su corta duración) extinguido aunque popular. Zarzuela en Zarzuela, con prensa rosa, televisión del corazón, chismes en los ribetes de los periódicos y sensacionalismo de tabloide británico. Lo más sensato es que sean las nuevas Cortes quienes separen la familia real de la familia del Rey, atribuyendo derechos y representación, y que la dotación económica de La Zarzuela pase anualmente por la comisión de Secretos Oficiales. El yerno ya tiene a su abogado.
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