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Atracción sexual genética por Paloma PEDRERO
Él la saco a bailar; llevaba mucho rato observándola y sintiendo que esa chica rubia de ojos marrones le parecía un espejo en el que se veía guapo, muy guapo. Bailaron mucho casi sin hablar, aunque ella ya sentía una confianza enorme en ese hombre de ojos castaños. Exhaustos, ella le invito a tomar una copa en otro sitio. En tu casa, dijo Carlos. Necesito abrazarte ya, recorrerte ya. Amarte ya. Nunca hago el amor la primera noche, contestó María. Pero tú no eres extraño. ¿Cómo te llamas? Cuando salieron a la calle ya iban agarraditos como novios de meses. Pararon un taxi y se arrebujaron en la parte trasera. María sentía como si se hubiera metido en un cobijo gigante. Como si todo Carlos fuera una fuente de calor, alimento y placer. Carlos útero, pensó. Esto debe ser el verdadero enamoramiento, pensó, qué fuerte, pensaron. Abrieron la puerta del piso de ella y, sin quitarse los abrigos, se encaminaron abrazadísimos al dormitorio. Allí encendieron las luces porque se querían ver. Allí se desnudaron despacio y comprobaron la textura de sus pieles idénticas. El color, la suavidad, los tres lunares iguales de la espalda. Se miraron y miraron, se hicieron el amor con letra y con música. Hablaron poco, descubrieron que ella tenía dos años más que él, que ambos habían nacido en la misma ciudad, aunque se habían criado en otra diferente. Eres mi alma gemela, le dijo él. Ella riéndose le contestó: somos la misma naranja, pero sin mitades. A los diez días ya estaban viviendo juntos, la atracción era cósmica, singular, nueva. Un día, poco tiempo después, María se preñó con el deseo de ambos. Una noche, cuando el vientre ya volaba, ella le contó que tenía miedo, que a su madre se le había muerto una criatura al nacer, un niño dos años más pequeño que ella. Él la calmó: eso no te sucederá a ti, mi amor, yo estaré a tu lado para impedirlo. Aquí en España miles de niños han sido robados en los paritorios y vendidos a familias infértiles. Todo por dinero. Esa brutalidad por dinero. Algunos se habrán encontrado después, sin saberlo.
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