Pekín

China no hay milagros en la fábrica del mundo

Los peones del «milagro económico» chino empiezan a rebelarse. Piden cobrar más, horas de descanso y sindicatos que los defiendan. El suicidio es una salida desesperada

Un minero se lava en una casa de baños tras su jornada de trabajo en Changzhi, al norte de China
Un minero se lava en una casa de baños tras su jornada de trabajo en Changzhi, al norte de Chinalarazon

Revise la etiqueta de lo que calza. Uno de cada tres zapatos proceden de Guangdong. En esta región china se fabrican también más de la mitad de los juguetes que se venden en Navidad y cuatro de cada cinco consoladores. Son sólo tres casos vistosos de una lista interminable. En Guangdong se produce de todo y a gran escala. Los satélites lo retratan como una enorme red gris desparramada sobre un área inmensa, un tejido industrial etiquetado por la Agencia de Asentamientos Humanos de la ONU (Hábitat) como la primera «megarregión» del planeta, un lugar donde no hay alternativa al cemento.La aglomeración de rascacielos, fábricas, comercios y viviendas en el triángulo formado por Shenzhen, Cantón y Hong Kong concentra 120 millones de personas, algo así como los habitantes de España, Italia, Grecia y Portugal juntas. El paisaje fabril es monótono. Sin apenas solares vacíos, se van sucediendo muros de ladrillo o cemento que rodean naves industriales de todos los tamaños. La mayoría de los obreros no sólo pasan su jornada laboral en las fábricas, sino también el resto del día. El modelo de «unidad productiva» enraizado en la tradición china y estandarizado durante el maoísmo consiste en eso: se trabaja, se come y se duerme en el mismo sitio, con la misma gente, bajo las mismas normas.Aunque varía considerablemente de una fábrica a otra, las condiciones de vida pueden llegar a ser muy duras, sobre todo si las juzgamos desde una perspectiva occidental. Una reciente investigación de la revista «Nanfang Zhoumo» detallaba el día a día de una planta de ensamblaje llamada «Kunying», donde Microsoft produce piezas informáticas. Allí los trabajadores duermen en barracones de 14 literas en los que no están permitidas las visitas. Como si fuera el cuartel de un Ejército en guerra, los obreros están sometidos a una disciplina extrema y sólo pueden salir del recinto durante determinadas horas. Si regresan cinco minutos más tarde del «toque de queda» tienen que pagar multas desproporcionadas. Si osan pasar la noche fuera, están despedidos. Los sueldos apenas superan los 200 euros con cerca de 160 horas extras mensuales. Se libra un día por semana y una semana al año. Y, al parecer, los maltratos físicos y psicológicos no son infrecuentes. Una supervisora citada por el semanario describía el comportamiento de algunos capataces de una manera bastante gráfica: «Agarran un palo y les dejan el cuerpo lleno de sangre».China ha levantado su «milagro económico» sobre la espalda de estos obreros: mano de obra barata y abnegada, reclutada entre gente acostumbrada a la lucha por la supervivencia y la arbitrariedad de los que mandan. Pero, de un tiempo a esta parte, la disposición a sacrificarlo todo por un salario exiguo empieza a alterarse. En las últimas semanas, el descontento se ha traducido en manifestaciones, protestas y escándalos por olas de suicidios. Y aunque son casos en su mayoría aislados, han disparado la alarma no sólo del Gobierno sino también de multinacionales e inversores.Primeras huelgasLas nuevas generaciones se han ido preocupando más y más por sus derechos, sobre todo en los últimos años, cuando se ha registrado un aumento del activismo en toda China. No ha pasado de un día para otro, sino lentamente. Los trabajadores no sólo piden más dinero, también mejores condiciones de trabajo, en definitiva reclaman una vida mejor que la de sus padres o de la de los obreros que pasaron por las fábricas antes que ellos», explica a LA RAZÓN Geoffrey Crothall, director de comunicación de «China Labour Bulletin» (CLB), una organización con sede en Hong Kong que lucha desde hace años por los derechos de los trabajadores chinos. Según Crothall todo se debe a que «ha habido algunas mejoras en las fábricas, los salarios han subido un poco, pero la vida de los trabajadores no ha mejorado a la misma velocidad que la economía china o que las exportaciones. Es más, en algunos casos sus condiciones de vida han empeorado porque los precios crecen más que los salarios».La impresión extendida en China es que los trabajadores van poco a poco perdiéndole el miedo a las protestas y reclamando una vida más cómoda, un trato humano, más horas de ocio y dinero suficiente para no pasar apuros. Algo que es especialmente patente en las zonas desarrolladas y dinámicas del país, como Guangdong, donde además se encuentra la prensa más libre y combativa. En las últimas semanas los ejemplos se han multiplicado, pero el caso más sonado es el de los trabajadores chinos de la firma automovilística Honda, que se declararon en huelga exigiendo pagas más altas y bloqueando la producción de la compañía. Su firmeza a la hora de negociar dejó a muchos con la boca abierta. Chang Kai, un abogado laboralista, explicó al diario hongkonés «South China Morning Post» que se quedó asombrado al recibir la llamada de un obrero pidiendo asistencia legal para negociar con la compañía. «¡El chico que me llamó tenía solo 19 años!», dijo Chang.Tras el ejemplo de unas protestas, las de Honda, que no fueron silenciadas por la prensa china, brotes de rebeldía aislados y manifestaciones se han registrado por todo el país, incluso en zonas del interior o en fábricas estatales como una algodonera de Henan (este del país) donde 20 trabajadoras fueron arrestadas por la Policía después de paralizar la producción durante varios días. Los trabajadores son más conscientes que nunca de que las leyes chinas garantizan muchos derechos laborales. El problema es que los gobiernos locales no se preocupan por aplicarlas. Por lo general, están más interesados en seguir recibiendo inversiones y abriendo nuevas fábricas que en los derechos de los trabajadores», ilustra Crothall.La insatisfacción de los obreros no siempre acaba en huelgas. Muchos deciden abandonar las fábricas y volver a sus pueblos de origen (donde las condiciones de vida han mejorado notablemente en los últimos años) o emigran a las grandes ciudades en busca de un empleo en el sector servicios. Tanto es así que muchas industrias se han visto obligadas a subir salarios y dar un trato más humano. En algunas zonas empieza incluso a escasear la mano de obra, algo que muchos creían que nunca ocurriría en el país más poblado del mundo, donde siguen viviendo en torno a 600 millones de campesinos. Sin ir más lejos, en la rica provincia de Zhejiang, antes del verano, había 383 plazas de trabajo en fábricas por cada 100 personas en busca de empleo.Cuesta sacrificarseLa frustración también puede provocar desenlaces dramáticos. El reciente caso de la empresa Foxcomm ha ocupado titulares en todo el mundo. En esta compañía de capital taiwanés arraigada en varias regiones de China, se produce para muchas grandes firmas electrónicas occidentales, entre ellas Apple (Iphone y Ipad). En sus instalaciones, diez jóvenes obreros se suicidaron en cuestión de meses, lanzándose por las ventanas o cortándose las venas. Los directivos de la compañía, que han acabado subiendo salarios y pidiendo perdón públicamente ante la presión mediática, se defendieron haciendo notar que la tasa de suicidios en el gigante asiático, una de las más altas del mundo, es de 14 por cada 100.000 habitantes, mientras que en sus plantas se reduce a 4 o 5 por cada 100.000. Dicen, en definitiva, que los trabajadores de Foxcomm se suicidan menos que el resto de loschinos.El cambio en la mentalidad y aspiraciones de las nuevas generaciones son, para muchos expertos, las claves del descontento. «Quienes nacieron en los 80 y los 90 lo hicieron ya bajo las reformas y la apertura de China. Están menos acostumbrados al sacrificio. Las viejas generaciones crecimos en el colectivismo. Los más jóvenes son individualistas, realistas y pragmáticos, a veces mis alumnos me dejan con la boca abierta. En la época de Mao todos eran más obedientes, seguían las órdenes que venían de arriba, no tenían elección personal. «La mentalidad de las nuevas generaciones está calando también en sus padres. Ahora ellos influyen a sus mayores y no al revés, como pasaba antes», explicó a este diario Zhou Yi, socióloga de la Universidad de FuDan, en Shanghai.Más allá de la realidadLo que para Zhou es algo fundamentalmente positivo, para otros líderes de opinión es una tragedia. En un reciente artículo publicado en el diario en inglés «Global Times», el profesor Xiao Kailin consideraba que «nuestra nación subdesarrollada (China) está envenenándose con un mal hábito de las naciones ricas. El espíritu trabajador de nuestra gente está decayendo. Algunos jóvenes están desaprovechando todo lo que sus padres han creado, incluida la percepción de la riqueza y el trabajo». Zhang Jing, analista del «Centro de Investigación sobre la Edad de China», cita un reciente estudio según el cual un 95 por ciento de los jóvenes urbanos pagaron su boda, su coche y su casa con el dinero de sus familiares. «Es una generación de hijos únicos y han vivido arropados. La mayoría son menos maduros que sus padres. Sus expectativas están por encima de la realidad», explica en entrevista con LA RAZÓN en su oficina de Pekín.Un chiste recurrente en la Red china es comparar a las viejas generaciones con los más jóvenes. Una famosa cadena de emails dice que «los que nacieron en los 70 meten dinero en el banco, los que nacieron en los 80 lo gastan y los que nacieron en los 90 gastan lo suyo y lo que metieron en el banco sus padres». Aunque las condiciones de vida siguen muy lejos a las de Europa o Estados Unidos, los nuevos chinos reclaman una vida más cómoda.Vietnam, camboya, BangladeshMuchos economistas creen que la mejora en las condiciones laborales de los chinos es sólo cuestión de tiempo. Para inversores e industriales, tanto nacionales como extranjeros, esta perspectiva es motivo de preocupación. En la «Guía China 2010», un manual pensado para empresarios españoles que quieran entrar en el gigante asiático, el Instituto de Comercio Exterior (ICEX) dedica un apartado al fenómeno «costes crecientes» del mercado laboral. Y dice: «Sólo en 2008 y 2009, los costes laborales se incrementaron en un 10% y un 5%, respectivamente (...)El mercado laboral chino está entrando en una nueva fase, marcada por un mayor poder de los trabajadores, que derivará hacia subidas salariales por encima de la productividad y, por tanto, hacia un encarecimiento real de los costes laborales». Muchas marcas ya han empezado a abandonar el gigante asiático con destino a otros países con salarios más bajos, como Vietnam (en la imagen, una fábrica textil), Bangladesh o Camboya.