Conflictos religiosos
Mahoma es invisible por Martín Prieto
Las figuras de Alá y Mahoma son irrepresentables para desgracia de las artes plásticas musulmanas. El esplendoroso arte cristiano se inspiró en pinturas relativas a la Biblia o al Nuevo Testamento e iglesias y palacios fueron ornados con Cristos, vírgenes y santos sin desdeñar la de Dios, barbado y sobre nubes. Para un islamista, la Capilla Sixtina es una ordalía de impiedad. Las mezquitas son decoradas con arabescos que repiten hasta el infinito en caracteres arábigos «Alá es grande». No hay museos como el Prado en ningún país musulmán porque son «aiconográficos» y el respeto a sus figuras religiosas se basa en su invisibilidad. Cuando Jomeini dictó una fatua contra el escritor Salman Rushdie por sus «Versos satánicos», apoyé de broma tan bárbaro designio, no por salafista, sino por lo mala que era la novela. Ahora, tras un tendal de muertos y desorden han puesto precio a la cabeza del cineasta que dirigió el vídeo sobre Mahoma. No es irónico, es fornicador, chorrea sangre, misoginia, y lo de menos es que el profeta hable con un burro.
La libertad de expresión no debe cubrir males mayores que la autocensura, como echar a correr a la muerte. El Corán llama al degüello y somete a las mujeres, pero ni la ácrata «Charlie-Hebdó» puede ampararse en los derechos de la civilización occidental para dibujar a Mahoma con el culo al aire para nuestra sonrisa pero con ofensa a los musulmanes. La tolerancia que pretendemos de ellos también consiste en saber callarse y entender, aunque no comprender, una religión con cientos de millones de fieles para los que el profeta es un ejemplo como Cristo para nosotros. Ellos, aunque gozaran de libertad de expresión, no ridiculizarían a Jesús, al que sólo tienen por un profeta más. El islam ha regresado a su Edad Media, pero no le vamos a ayudar con gracietas del peor gusto.
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