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La asignatura de superación de barreras mitológicas en el fútbol reciente, perdonen que ponga a la tierra por delante, la aprobó este cronista el día que comprobó que el Sevilla no estaba metafísicamente incapacitado para jugar finales. Era 26 de abril de 2006, jueves de Feria, y un zurdazo del malogrado Antonio Puerta en la prórroga eliminaba a los alemanes, también, del Schalke 04. Aquella noche empezó uno a creerse ese lema comercial de la marca que equipa a la selección nacional, «Impossible is nothing».Cuando un equipo concita las toneladas de talento que es capaz de poner en liza España, no hay maldiciones que valgan: el triunfo llega con la misma naturalidad con la que un concejal de urbanismo le recalifica un terreno a su cuñado. Es el final lógico de una secuencia en la que aparecen obstáculos, faltaría más, pero que siempre termina como ha de acabar.Del Bosque cuenta con el mejor portero, los mejores defensas, los mejores centrocampistas y el mejor delantero del torneo. He aquí una opinión unánime. ¿Por qué extraña conjunción de circunstancias habría de ganar el título cualquier otra selección? Sí, claro: el peso de la historia, los imponderables de lo que no deja de ser un juego, lo botes caprichosos del balón, los avatares sorprendentes del destino y los inextricables caminos de la fortuna… cuentos de camino o material para rellenar periódicos entre partido y partido. Cayó la barrera de cuartos (y la de anoche, y la del domingo…) cuando presentamos a un equipo capaz de derribarla. No hay conjuros ni brujerías que valgan.